No había nadie en casa pero papá me agarró “con las manos en la masa”

2 julio, 2018
No había nadie en casa pero papá me agarró “con las manos en la masa”
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En principio, nadie podrá negarme que, más de una vez, a falta de vivienda propia y con la convivencia “en familia”, uno espera ese momento de soledad. Es para disfrutar de ese simple y necesario espacio, o para llevar a cabo algún tipo de actividad. La opción “B” fue mi caso.

Era jueves por la tarde y me adelantaba a los hechos. Tenía la seguridad de que mi papá no vendría a casa, porque él lo había mencionado y, más o menos, conocemos nuestros horarios. Mi hermano estaba, pero muy concentrado en la computadora, con su puerta cerrada.

Mencionaremos como “Pirindonga” a quien involucro en la historia, para guardar su identidad y porque se me acaba de ocurrir.

Le pregunté si quería ir a mi casa, porque tenía ganas de verlo. Dijo que sí, pero que sería un poco tarde. Pues, claramente, no me importó. Tiempo después, estaba afuera. Cuando llegó, automáticamente le dije que fuéramos a mi habitación. Y eso hicimos. De todas formas, decidí avisarle a mi hermano, por las dudas que se le ocurriera mágicamente entrar a mi cuarto, sin preguntar.

Seguramente, muchos de ustedes, ya estarán pensando que el único fin de la invitación era el mismísimo acto sexual. Pues, déjenme decirles que no. Hablamos durante un largo rato, porque siempre lo hacemos. Escuchamos música, y estábamos a los bostezos. Había sido un día largo para ambos.

La realidad es que, de todas formas, una cosa lleva a la otra. Luego, Pirindonga, dijo que debía dormir un poco porque se despertaría muy temprano. Ya eran las 3 de la mañana. Programó la alarma para las 4, así se iba antes de que mi papá llegara. Sonó y la apagamos. A las 5 volvió a sonar y recordé que su auto estaba estacionado en la entrada de mi garage. Dormida, le pedí las llaves para correrlo. Pero, no sé cómo, estaba durmiendo nuevamente y me desperté por escuchar ruidos. Era mi papá.

En un descuido, olvidé cerrar la puerta de mi habitación y, Claudio debe pasar por afuera de ella para ir a dormir. El panorama era mi pequeña cama, con dos personas durmiendo, mi gato incluido, y ropa en el suelo. Se veía a lo lejos que no estaba sola.

Al día siguiente tuvimos el tupé de desayunar y cada uno se fue a trabajar. Antes de volver a casa, me adelantaba con un audio de Whatsapp. “Hola, hola, hola, papá. ¡Buen día! Te quiero mucho, ¿sí? Estoy por llevarte el auto…”. Por supuesto que estaba un poco nerviosa. Si bien ya no soy pequeña y nunca consideré que Claudio fuera boludo, tampoco quisiera infartarlo.

Llegué a casa.


  • ¡Hola Pá!

  • Hola Sofía

  • Che…

  • ¿Qué? – Mientras no me miraba a los ojos

  • Nada…

  • Decime

  • No… Que… Disculpá

  • ¿Por qué?

  • Porque hoy cuando llegaste estaba con Pirindonga… ¡Nada! ¡Eso! ¡Cualquiera! Ya sé, ya sé… No digas nada

  • Sofía, yo no te dije nada

  • ¿Eh?

  • No te dije nada, hija, está bien


No me interesa que sepan sobre mi noche con Pirindonga, sino que entiendan cómo mi papá recuerda que alguna vez fue más joven, y estuvo en mi lugar, y quién sabe qué cosas ha hecho.

Claudio no me juzga, aunque muchas veces no me entiende. Habla conmigo y me escucha. Sabe que no es mi amigo, pero no se cree jefe por ser mi progenitor.

“Estás ventilando tu vida cuando escribís”, acaban de decirme. Bueno, tal vez así pueda hacerles llegar un punto de vista que nos ayude a mejorar todos los días, un poco más.

 

Sofía Seirgalea

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