Qué es lo que debería cambiar en Neuquén

1 abril, 2023
Qué es lo que debería cambiar en Neuquén

La palabra “cambio” está en el diccionario de las campañas electorales instalada desde hace mucho tiempo, pero, en esta, lo está mucho más. Todos hablan del “cambio”, hasta el oficialismo del MPN. Tal vez el establishment ha identificado esa ansiedad popular, la misma que se nota desde el supermercado hasta la Bolsa de Valores, que denota el hastío del fracaso, el cansancio de la frustración, la fatiga del andar siempre con rumbo incierto.

Ya es folklore el afirmar que todo lo malo de Neuquén es exógeno. Son los virus argentinos o extranjeros los que provocan las enfermedades provinciales. Nunca una culpa para adentro, apenas alguna que otra tibia autocrítica inmediatamente relativizada por un “pero…”. La larga permanencia del MPN en el gobierno hace ineludible concluir que todo lo bueno, y también lo malo, roza sus responsabilidades de manera directa. Según quién sea el que interprete, puede verse más de uno que de otro. En el balance quedará fatalmente una insatisfacción: Neuquén queda en Argentina, es una provincia más de las 24, y, por ende, no escapará a la inflación, a la pobreza, a la incertidumbre, a la inseguridad. La palabra “cambio” se desliza como una medusa entre esos diagnósticos impiadosos de la realidad. Pero… ¿qué es lo que debería cambiar?

Aunque parezca raro, sería necesario desprenderse, mediante un esfuerzo intelectual, de la coyuntura eleccionaria, para poder hacer una exposición sincera y dar respuesta a esa pregunta. Porque, en principio, es muy evidente que habría que cambiar una cultura, la híper estatal, que hace pasar todas las cosas, las necesidades y las soluciones a esas necesidades, por el Estado. Esta forma de interpretar el mundo, tan neuquina, ha consolidado la idea y la ejecución de un Estado con gigantismo, deforme, exagerado en dimensiones, con exceso de gasto, y con la presunta misión de administrar la economía general de la provincia, pues hasta el sector privado debe pasar por el ojo y la mano estatal imprescindiblemente. Fuera del Estado, nos dice esta cultura, no florece la flor ni trashuma el pastor, parodiando aquel “pueblo blanco” que cantaba Joan Manuel Serrat.

No es un cambio de nombres, sino un cambio de política. Se podrá aducir rápidamente que no existe una cosa sin la otra. Es cierto: la política es practicada por el ser humano, y sin su presencia, no existiría. Pero también es cierto que la mayor parte de este siglo ha transcurrido en función de la herencia de la mitad del siglo anterior, y singularmente teñido por una cultura, una ideología puesta en territorio, muy específica. Esta forma de practicar la política ahora necesita un cambio. El oficialismo del MPN asegura que será un cambio dentro de la continuidad. El desafiante mayor a ese estatus quo, Rolando Figueroa, sostiene que ya se tocó el fondo de la olla y que hay que empezar de nuevo. Los demás, desde Ramón Rioseco a Pablo Cervi, desde Carlos Eguía a Patricia Jure, ponen en escena un show de modificaciones, algunas drásticas, que surgen naturalmente de un barullo pensado más en función de la imposibilidad cierta de llegar a la gobernación, que en las convicciones propias.

Neuquén, dentro del país que muestra el deterioro social y cultural más importante desde 1983, no desentona demasiado. Sin caer en justificaciones ociosas, baste constatar las estadísticas oficiales, que muestran al mismo tiempo cómo crece Vaca Muerta, cómo aumentan los recursos para el Estado al mismo tiempo que sus gastos, cómo creció el desempleo en medio del florecimiento de los puestos de trabajo, y cómo aumentó la pobreza en el centro de un festival liderado por el dispendio de los dineros públicos, las inversiones millonarias, las obras fastuosas y la grandilocuencia de los discursos.

El cambio es, por tanto, la única certeza acerca del deseo del futuro. Nadie, ni quienes ahora gobiernan, quieren que esta situación lamentable, tan desigual, tan contrastante, persista. Pero es difícil responder la pregunta formulada en este comentario periodístico, porque no se podrá responder desde las palabras, sino desde las acciones. Y esa respuesta demorará años en dar sus frutos, en este país castigado por la ineficacia, el suicidio sostenido de sus propios recursos naturales.

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