Editorial de Rubén Boggi

La santa trinidad del desconcierto

26 septiembre, 2022
La santa trinidad del desconcierto

Muchísimos políticos argentinos, y periodistas, comienzan sus frases con un “yo creo…” que se acepta como el prolegómeno de alguna afirmación sobre la realidad. El sujeto y el verbo, seguido por cualquier predicado conveniente a la coyuntura inmediata, se ha instalado en el lenguaje, esa revelación de cómo estamos. Así, política, periodismo y religión se unifican, en una especie de santa trinidad del desconcierto.

Creer en algo puede ser bueno, o no, pero decididamente no aplica a la alusión a cuestiones concretas, prácticas, que necesitan una acción para ser transformadas. Las creencias son respetables, pero en la política, y en el periodismo, es mejor separar la paja del trigo, o la religión de las gestiones de gobierno. El “yo creo…” es una magnífica y temible arma para hablar de las cosas sin necesidad de argumentos ni pruebas, pues todo queda validado por el hecho de que el político, o el periodista, cree en ello.

En Argentina, en Neuquén, es tiempo del “yo creo”. Cualquier disparate es justificable. Incluso, que los periodistas renieguen de su propio oficio o profesión, culpándolos de formar parte de un eje del mal, junto con el “partido judicial”, “la oligarquía”, “el imperio”, y otros clichés que no necesitan explicación ni argumento, sino solo la actitud del creyente.

Muchos políticos, cultivando esta nueva versión del manual de las religiones aplicadas, se han especializado así en jamás hablar de lo que importa al común, sino solamente de lo que les importa a ellos. Muchos periodistas de la nueva era mediática post internet, también se solazan en una masturbación constante impregnados de sus propias creencias, y olvidando que el mundo va mucho más allá de sus propios ombligos.

Así, esos políticos hablan pestes del periodismo perverso y malsano; y esos periodistas construyen sus discursos afirmando qué es lo que hay que hacer y predicando incansablemente lo que “está bien” y lo que “está mal”, siempre según la creencia propia.

El virus de la religión sin contexto penetra todos los rubros, pero se hace extremadamente evidente en el deporte en general, y en el fútbol en particular. Los relatos televisivos de los partidos de fútbol discurren mayormente a partir de los juicios de quien relata o comenta: se juzgan las acciones de los árbitros, de los jugadores, de los técnicos. Ya no se habla de lo que ocurre, sino del por qué (presuntamente) ocurre y si está bien o mal. La opinión precede a los hechos.

Política, periodismo, religión, la tríada aguda molesta la conciencia de quienes intentan pensar con argumentaciones, método, realidades del atroz mundo en el que se vive. Molesta tanto, que hay que hacer un esfuerzo para reflexionar sobre el tema en sí mismo, dejando un poco de lado, por un instante, la angustia y la desazón de millones de argentinos que la pasan mal, sin necesidad de predicadores de catecismos previsibles y gastados por el uso constante.

A partir de hoy, esta columna será parte de la herencia de este portal ahora renovado. Solo un aporte más al libre pensamiento, al infatigable esfuerzo por roer los barrotes de la cárcel en la que pretenden encerrarnos.

 

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