Mal de muchos

20 diciembre, 2018
Mal de muchos
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(Especial por Jorge Gorostiza) El informe anual de Oxfam, una ONG de origen británico, asegura que durante 2018 la brecha entre los muy ricos y los muy pobres se ha seguido ensanchando. El año que termina fue malo para, al menos, la mitad de las personas. De acuerdo con las cifras de Oxfam, el 50% más pobre de la humanidad no tuvo ninguna mejoría es su calidad de vida durante 2018. El 1% más rico acapara el 82% de la riqueza mundial. Dicho en criollo: Poquísimos tienen casi todo a costa de muchísimos que tienen casi nada.


La falla en el sistema se explica, en parte, por la evasión fiscal, la corrupción política y la falta de organización de sectores populares. Si, a toda velocidad, nuestra generación ha sido capaz de conquistar el espacio, no ha tenido un resultado ni remotamente comparable en la lucha contra la desigualdad.

El hecho de que 60 personas acumulen tanto dinero como la mitad de la población mundial habla tanto de la habilidad para los negocios de los súper ricos como del estrepitoso fracaso de la comunidad internacional para establecer un orden social mínimamente justo.

La desigualdad sistémica exige replantear urgentemente la noción de éxito. Dicho de otro modo: ¿Es legítimo llamar exitosa a una compañía que aumenta la rentabilidad de sus accionistas a un costo social intolerable? Más aún, ¿Es posible acabar con la pobreza extrema sin terminar con la riqueza extrema?

El modelo noruego brinda algunas pistas. El Reino de Noruega es hogar de algo más de 5 millones de personas. Su superficie es de 385.000 km², algo menos que la región de Cuyo, y el clima del país es más que penoso. Tanto, que prácticamente la mitad del territorio nacional se encuentra deshabitado.

Sin embargo, en menos de un siglo, Noruega pasó de ser uno de los países más pobres de Europa a tener el más alto índice de desarrollo humano. ¿Cómo lo hizo? La industria noruega del petróleo no alcanza para explicar el fenómeno. Otras naciones tanto o más ricas en hidrocarburos no han podido, o no han querido, mejorar las condiciones de vida de su población.

El modelo económico de Noruega (cuyo PBI creció más del 100% en la última década) se sustenta en el control tributario y en políticas activas de inclusión social. En el mejor país para vivir, los impuestos son muy altos y se pagan, pero además, o precisamente por ello, nadie es extremadamente pobre porque nadie es extremadamente rico. Para los noruegos, la brecha social es más una zanja que un abismo.

Tal vez, las respuestas para algunos de los problemas de la economía no puedan venir de la propia economía sino de la política. O la psicología, o más aún del psicoanálisis. La velocidad para generar riqueza siempre es menor que la velocidad para distribuirla por la sencilla razón de que nadie puede repartir lo que no existe. Sin embargo, una vez que los bienes sí existen, el capital siempre encuentra razones “prudentes y sensatas” para demorar el acceso a los mismos del sector del trabajo.

El francés Jacques Lacan (psiquiatra, filósofo y psicoanalista) entendió que, a diferencia del placer que busca el alivio, el goce “es siempre del orden de la tensión”. Lacan observó que, aparte del goce de sí mismo, existe un goce neurótico del otro. Es decir, el goce propio se sostiene en el no goce de los demás. A partir de esta perspectiva personal, es posible entender, también, buena parte de la actual organización económica y social. Así, algo importante para el goce del que más tiene es que muchos otros no tengan.

Los medios de comunicación, la principal escuela de demasiadas personas, no hacen sino legitimar el goce neurótico: tener lo que nadie más tiene es muy bien visto. Aún si para lograrlo hay que despojar a cuantos sea de lo que sea con tal de lograr lo “exclusivo”. Así, más  importante que tenerlo yo, es que otros, muchos otros, la mayoría de los otros, no lo tenga.

La dinámica de esas fuerzas permite repensar no sólo la lenta, o nula, distribución de la riqueza sino también el racismo, el abuso, o la guerra. Una variación menor, y domesticadora, sobre el mismo tema consiste en gozar el fracaso del otro para sobrellevar mejor el propio. Como se puede comprobar cada domingo de fútbol, se digieren mejor las frustraciones propias si vienen acompañadas por el mal de muchos. Pero, claro, ya sabemos cómo termina el refrán.

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