El caso Pelayes, la polarización, el futuro

31 octubre, 2015
El caso Pelayes, la polarización, el futuro
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Es inusual que un político se haga fotografiar sonriendo junto a un acusado de intento de homicidio. Es lo que ha sucedido en estos días, de confusión agravada, entre una elección y su segunda vuelta, entre el fracking y la ecología militante, entre los presupuestos deficitarios y los superavitarios.

La foto, que muestra a las diputadas Beatriz Kreitman y la senadora nacional Magdalena Odarda (Coalición Cívica) junto a uno de los mapuches enjuiciados en Zapala por atacar a piedrazos a una oficial de Justicia, Verónica Pelayes, es emblemática de una situación que golpea en el corazón de la polémica ambiental petrolera, con ramificaciones hacia los territorios “ancestrales” y la potestad del Estado en lo que hace a las concesiones petroleras. Es una especie de síntesis: cada quien defiende su posición, en un país que se ha polarizado políticamente por primera vez en muchos años.

Hace un tiempo que entre los gerentes de las petroleras (y también en oficinas gubernamentales) se rumoreaba que el caso Pelayes se convertiría en un caso testigo, en un antes y después de la permanente pelea entre petroleras y superficiarios, sobre todo cuando en esa pelea intervenían factores étnicos. “Hay que escarmentarlos de una vez por todas”, se ha escuchado decir a más de un ejecutivo poco sutil en la intimidad.

Del otro lado, la conducción política mapuche y su variado arco de aliados, algunos circunstanciales y otros permanentes, se prepararon meticulosamente para una defensa que pusiera el énfasis en la defensa del territorio ancestral presuntamente usurpado por las  malvadas multinacionales. Esta posición, rápidamente asumida por quienes se oponen al fracking como modelo extractivo, argumenta que Relmu Ñamku, Martín Maliqueo y Mauricio Raín enfrentan un juicio no por lastimar seriamente a la oficial Pelayes, sino por defender su territorio. Es decir, se está juzgando una cuestión político-social de fondo, no un crimen específico.

Es, a la vez, un juicio con jurado popular y multiétnico. Se lo ha conformado con la mitad de jurados “criollos” y la mitad de mapuches. Ellos decidirán si Ñamku, Maliqueo y Raín son culpables o inocentes. ¿De qué? De atacar y herir a la oficial de justicia Pelayes, quien recibió un piedrazo en el rostro cuando fue a notificar un desalojo, definido por la Justicia a instancias de un pedido de la petrolera Apache, empresa estadounidense que ya se ha retirado del país, vendiendo sus activos a la nacional parcialmente estatizada YPF, y conformando la nueva empresa Y Sur.

¿Será el del caso Pelayes un juicio “testigo”, un “escarmiento” ejemplar? A esto lo ha empujado el contexto político, la polarización de posiciones, la conveniencia o inconveniencia de unos en perjuicio de otros. Resulta poco creíble que un juicio que busca el propósito de hacer justicia en un crimen o intento de crimen, incida en lo que en definitiva es una decisión nacional de la macro economía, que es impulsar el autoabastecimiento energético, y en donde el Estado neuquino tiene mucho que ver, y mucho que esperar.

Son los riesgos de la polarización, y de la simplificación ideológica. Por eso hay agravios y exageraciones propias de campaña política. Así, se hunde el dedo en el pantano de los prejuicios, cuando se enfatiza la identidad civil criolla de Ñamku (Carol Soae, nombre elegido por la familia que la adoptó cuando niña), y se profundiza en la presunta certeza de que buena parte de los mapuches neuquinos son berretas, nacidos a la par de la explotación petrolera y sus beneficios. No hay grandeza en estas posiciones, ni lirismo alguno, sino apenas un descarnado combate, por arrancar pedazos de la torta de riqueza acotada que implican los hidrocarburos, en este país tironeado por las inexactitudes.

Como en el juicio de Zapala, lo mismo pasa entre los partidarios de Daniel Scioli y los de Mauricio Macri. Hasta el 22 de noviembre, la visión del mundo entre los partidarios de uno y otro se hace casi apocalíptica. Para la aspiración de continuidad desesperada del kirchnerismo, Macri es un émulo de Satanás, un liberal capaz de hundir todas las naves del progreso social puestas a navegar en la década ganada; para la ambición desarrollada por el macrismo tras el buen resultado de la primera vuelta, el Scioli-cristinismo es una máquina defectuosa pronta a estallar en mil pedazos, que se quiere llevar a los argentinos rumbo al abismo del fin del mundo, en el último intento por cumplir el ciclo de la fase superior del peronismo que pretendió ser el campo-kirchnerismo.

El momento singular del país produjo en Neuquén dos certezas: el retorno de la intensidad y el protagonismo ciudadano en la política, con un hálito nuevo surgido de la posibilidad de realmente sentir que el voto modifica situaciones; y un impacto enorme en el principal partido político, el gobernante MPN, que comenzó un proceso de ramificaciones instantáneas hacia todas las posibilidades, en el afán de replicar hacia adentro lo que el contexto sugiere.

El escenario político neuquino, así, también se polariza. No ya electoralmente, sino en el anuncio de un nuevo proceso transformador a través de la política. En lo inmediato, ocupan las escenas las duplas que han recibido la mayor intención de voto, la suficiente para comandar Estados y cajas de Tesoro en diversa situación financiera. Así, de un lado estarán Omar Gutiérrez-Rolando Figueroa, con sus contradicciones a cuestas; del otro, harán lo suyo Horacio Quiroga y Ramón Rioseco, cargando algunas incongruencias y procurando unificar criterios bajo la advocación de diseñar un modelo de Estado distinto.

No es, se aclara, la Biblia y el Calefón discepoliano. Es apenas la descripción apurada de un país que comienza a vivir otra realidad posible. En esta foto, no solo aparecen políticos al lado de acusados de crímenes. Desfilan increíbles hoteles al lado de miserables casuchas, y pozos petroleros creciendo entre frutales extinguidos.

Bienvenidos a la nueva fase, a la incertidumbre maravillosa de un futuro que está por construirse.

Rubén Boggi

 

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