La fuerza de la tragedia

28 octubre, 2012
La fuerza de la tragedia

La tragedia del supermercado ha impactado con mucha fuerza en la sociedad neuquina. Lógicamente, su influencia desgarradora golpea especialmente en la capital, ese territorio de incesante crecimiento, de riquezas exacerbadas y miserias profundas, de contrastes pronunciados.

Golpea en el corazón de un distrito clave para cualquier político, que lo es mucho más en cada año que transcurre. Por ende, lo sucedido en el local de la Cooperativa Obrera tendrá resonancia en este ámbito, esta misma semana, cuando comiencen a diluirse los efectos del primer duelo, y se potencien las especulaciones al mismo tiempo que los avances en la asignación de responsabilidades penales, que hará en la etapa de instrucción de la causa la Justicia.

Independientemente de lo que se establezca en tribunales, la sociedad hará su propio juzgamiento. Esto es inexorable y se ha constatado cada vez que una tragedia grande ha conmovido a los argentinos.

Para los políticos, y especialmente para los que están en funciones, esta es una etapa incierta. Saben que tienen que calcular cada palabra, cada gesto. Porque se los relacionará con lo más descarnado del sentimiento humano. Allí, en ese territorio, la razón y el sentimiento se mezclan, y es muy difícil separarlos. Porque ha pasado la muerte dejando su huella inapelable, y hombres y mujeres se rebelan contra esa sensación de impotencia que deja la percepción de que ha habido algo mal hecho, algo terriblemente mal hecho, en la raíz de la causa de esas muertes injustas, y por eso, más dolorosas.

En este contexto, donde primará el dolor y el espanto durante mucho tiempo, será difícil hacer política midiendo las consecuencias de cada hecho que se provoque. Siempre es difícil, y la historia demuestra que en situaciones comparables, la cosa siempre se ha complicado para quienes tienen la obligación de gobernar y en lo posible satisfacer la demanda social.

La tragedia del supermercado en Neuquén ata variables muy argentinas. La relación entre lo público y lo privado, con la sospecha permanente como común denominador.

Así pasó con el caso Cromañón, que salpicó hacia todos lados en la Capital Federal. Así ha pasado con la tragedia de Once, con derivaciones muy fuertes, que podrían incluir una re-estatización concreta de todo el decadente sistema ferroviario argentino.

En Argentina, las tragedias provocan cambios, eso se sabe. El caso Carrasco, por mencionar un caso neuquino de repercusión nacional e internacional, eliminó el servicio militar. Es decir: una muerte, que nunca terminó de esclarecerse totalmente en sus diversas implicancias penales, sobre todo en lo que hace al encubrimiento del hecho, derivó en una medida político-institucional que acabó con una de las tradiciones de relación cívico-militar más importantes en la historia del país.

¿Qué provocará la tragedia del supermercado en Neuquén? Algo cambiará, o tenderá al cambio, es muy posible. Se equivocaría el gobierno de Horacio Quiroga si no lo tiene en cuenta. Le iría mal al gobierno de Jorge Sapag si no especula con alguna señal de firmeza en lo inmediato. Los dos gobiernos juegan o jugarán cartas importantes e ineludibles en el escenario que ha abierto la evidencia de cómo lo irregular, lo transgresor, puede provocar no solo las clásicas avivadas que enriquecen a algunos en desmedro de otros, sino también espanto, dolor, muerte.

En este escenario que ubica la sinuosa relación de lo público con lo privado en un contexto de Estado con alta corrupción vigente, habrá que entender o ir entendiendo cómo se ubicarán los distintos sectores y cómo harán sus jugadas.

Esto no implica que se aprenda la lección. Ni siquiera implica que haya una lección para aprender. No, al menos, una lección que sea nueva. No es la primera vez que la tragedia se origina en la ilegalidad, en esa fragilidad culposa de los controles, en esa participación melindrosa de la burocracia enquistada como un cáncer maligno en la representación institucional de los neuquinos.

El gobierno de Horacio Quiroga, en sus primeros movimientos tras la noción del desastre y su eventual impacto, mostró rapidez en señalar la clandestinidad de la obra del edificio derrumbado. Quiroga y sus funcionarios saben que esto no alcanzará. Que habría que ir más allá, no tal vez para convencer, sino para demostrar que hay maneras de evitar que este tipo de hecatombes sucedan.

Los concejales de los distintos partidos pidieron una reunión con el Intendente. Es previsible que lo que ahora fue unánime, deje de serlo apenas esa reunión se concrete. Habrá un sector que atacará al gobierno, y otro que lo defenderá.

Lo mismo probablemente suceda en la opinión pública.

Queda por ver si se arrojan al escenario político concreto iniciativas que apunten a corregir el sistema que ha permitido que ocurriera una tragedia que no debería haber ocurrido.

Rubén Boggi

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