Las cosas del odiar

Las cosas del querer generan cosas del odiar. Es así desde los ancestros de la humanidad, pero ahora, en pleno siglo XXI, con una pandemia a cuestas, cuando nos hacemos preguntas con más frecuencia, y nos interrogamos acerca de lo que está bien o lo que está mal, el odio parece resaltar más, y las muertes que causa, son muertes que nos hacen morir un poco a cada uno de nosotros.

Samuel Luiz Muñiz, 24 años, cuidador de viejitos, estudiante, fue asesinado a golpes por una docena de seres que dicen ser humanos y hacen sus tareas rutinarias como cualquiera. Fue en La Coruña, el sábado a la madrugada, y esa muerte, consagrada al grito de “¡Maricón!”, levanta a Federico García Lorca de las insondables profundidades de su tumba no encontrada, levanta a buena parte del pueblo español, llena plazas, desborda sentimientos, y llega a la Argentina y a Neuquén con la fuerza que solo tiene lo incomprensible, y a la vez, reconocible en la infinita capacidad del odio.

Aquí también se han asesinado jóvenes. Aquí, hace muy poco, un grupo de policías destrozó a un adolescente; otro grupo, de borrachos y drogados, arruinó la vida de otro semejante. Aquí ocurre el odio tanto como en España, con la misma base de contrapeso del amor, y con la excusa de atacar al diferente, al que no piensa como uno, o al que elige otra cosa que lo que elegimos cada día para hacer nuestra miserable vida.

En España se preocupan porque el fascismo cambia de objetivos, pero no de métodos. Así como eliminaban judíos, o comunistas, pueden ahora liquidar homosexuales. El despertar fuerte de las minorías y su empecinada pelea por adueñarse de su propia libertad, provoca la reacción de quienes están para atrasar, para enterrar, para retroceder, para volver a las cuatro patas.

En Argentina, en Neuquén, estamos más cerca de esa realidad de lo que tal vez imaginamos. El odio nos desborda, con ropaje político o ideológico de ocasión, y siempre esgrimiendo la razón, la razón de una presunta mayoría.