Recordar aquel bombardeo se hace indispensable

16 junio, 2020
Recordar aquel bombardeo se hace indispensable
bombardeo plaza de mayo
bombardeo plaza de mayo

Cuando procuramos entender nuestro país, nuestra sociedad, sus puntos de vista, sus opiniones, deberíamos siempre tener presente el bombardeo en Plaza de Mayo, acto criminal perpetrado por un sector de las Fuerzas Armadas, que produjo una cantidad de muertos estimada en más de 300, y alrededor de 800 heridos.

No hay muchos ejemplos en el mundo de un hecho tan bárbaro, tan cruel. Sin una situación de guerra, y apuntado directamente contra civiles, sin discriminación alguna. Siempre se dice que fue un acto planeado para asesinar a Juan Domingo Perón. Pero no cabe en la lógica de entonces, ni en la de ahora, arrojar desde aviones ocho toneladas de bombas para matar a una persona. Aunque esa persona fuera el Presidente.

Más bien, ese mensaje horroroso y cruento, fue la primera muestra, en el siglo XX, de hasta dónde estaban dispuestos a llegar, quienes se sentían dueños del país, para disciplinar a través del miedo al pueblo, todo el pueblo, el pueblo en su conjunto.

Imaginar ese día, un día como cualquier otro día en Plaza de Mayo y sus alrededores, con gente viajando en colectivo, en automóvil, a pie, imaginar esos aviones preparados para el combate contra enemigos, atravesando el cielo en picada, como buitres, dejando caer su carga de muerte sobre esa normalidad tranquila, todavía no se digiere, 65 años después, todavía tenemos ese festín del horror, indigesto, procesándose en los intestinos del alma común, el alma compartida.

Hay que recordar ese bombardeo, para entender a la Argentina de este 2020, atravesada por la incertidumbre y la peste, habitada por hijos y nietos de aquellos argentinos de 1955, peronistas o no, argentinos, el día en que el cielo castigó a los porteños, y les dijo que no habría libertad posible, ni liberación posible, ni justicia posible.

Recordar el horror, el genocidio, recordar que no hace falta un virus para que nos matemos, llenos de locura, persuadidos de que la verdad propia justifica cualquier atrocidad sobre la verdad ajena.

Rubén Boggi

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