El nacionalismo inútil de defender un peso derrumbado

24 noviembre, 2021
El nacionalismo inútil de defender un peso derrumbado
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A fines de la década del '80 del siglo pasado, en una de las cíclicas crisis devaluatorias de la Argentina, unos ladrones entraron al departamento que alquilaba en Neuquén y se llevaron el televisor. Después de rumiar la amargura por un rato (era la primera vez que sufría un robo en carne o bolsillo propio), y de contar los ahorros que tenía, emprendí la tarea de comprar otro aparato. No había mucha oferta entonces, el mercado había caído en picada, pero, eso sí, todo se vendía en dólares. Inútil pretender comprar una TV en australes, la moneda vigente entonces. Me aceptaron mis míseros billetes, después de una discusión, pero igual me vendieron la TV a precio dólar... después de consultar la última cotización, porque cambiaba minuto a minuto, a medida que el austral desaparecía.

Llegué al departamento con un mínimo televisor de 20 pulgadas y la billetera vacía. Eran tiempos inestables, y el país se dirigía, aunque todavía no lo sabíamos, a la convertibilidad, la paridad peso-dólar, y una nueva ilusión que duró apenas tres ó cuatro años.

Ahora es 2021 y nuestra moneda está nuevamente en proceso de exterminio. Los argentinos tenemos dos cualidades singulares: por un lado, somos extremadamente nacionalistas; por el otro, notoriamente incapaces de traducir ese nacionalismo en una moneda fuerte.

Así las cosas, leo en Twitter cómo un notable defensor del kirchnerismo se queja de que los hoteles cobran la estadía en dólares, en Argentina. "Pónganse de acuerdo, muchachos. O apoyan al país o le juegan en contra", dice en el tuit.

¿Cómo alguien puede sorprenderse que, en Argentina, en tiempos de crisis devaluatoria, se ponga el dólar como moneda de referencia, para todo, también para los precios? ¿O acaso esto no ha pasado siempre, casi siempre, al menos en los últimos 50 años y cada una década?

Se practica, me temo, un nacionalismo inútil. Un nacionalismo hueco, declamado. Ese nacionalismo confunde el color de los billetes, la historia, la economía a lo largo de esa historia. Y tiene una propiedad casi mágica: produce una progresiva inflamación testicular en las mayorías ciudadanas.

Rubén Boggi

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