Una cercanía necesaria con la Casa Rosada

Bajo la firme mirada pictórica de los generales Güemes y San Martín, separados por la prudente distancia a la que obliga el Coronavirus, se vieron frente a frente y con barbijos en ristre el gobernador neuquino, Omar Gutiérrez, y el presidente de los argentinos, Alberto Fernández.

Gutiérrez está en un momento de alza en su gestión. Acaba de cerrar acuerdos con los gremios estatales, algo que en Neuquén parece ser imprescindible para poder gobernar; los yacimientos de Vaca Muerta presentan una curva ascendente, lo que ayuda a recomponer los ingresos sagrados de las regalías petroleras, después de un año malísimo; y las obras públicas, la mayoría con financiamientos nacional o internacional, se suceden a buen ritmo en la provincia.

Fernández, en cambio, está complicado. Su gobierno se enreda en una agenda que ha encumbrado al tema judicial como principal, aunque no se sabe si es por mérito propio o ajeno; su poder como presidente parece depender cada vez más de la figura de su vice, Cristina Fernández de Kirchner; la economía es todavía un albur, con una inflación que no cesa, y la inestabilidad que no se calma, y las negociaciones con el FMI a punto recién de comenzar, con destino incierto. La pandemia deja su marca, las vacunas prometidas no llegan al territorio en la cantidad necesaria, y la ominosa presencia del virus se vuelve más amenazante a medida que termina el verano y comienza el tiempo otoñal más propicio para las pestes.

Sin embargo, y más allá de las diferencias entre niveles del Estado y problemas pertinentes a esos niveles, Gutiérrez y Fernández siguen trabajando una relación buena, de construcción, tal vez porque ambos se necesitan, por distintos motivos. El neuquino necesita, ciertamente, que se allanen los caminos a inversiones en infraestructura en Vaca Muerta; y el presidente, necesita que Vaca Muerta produzca y multiplique su valor productor de divisas para un país agobiado por sus males recurrentes.