Los corredores, el virus, y la satanización equivocada

11 junio, 2020
Los corredores, el virus, y la satanización equivocada
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La satanización sufrida desde medios y redes sociales por quienes decidieron salir a correr, avalados por las disposiciones surgidas del Estado autoritario al que nos hemos acostumbrado, es una muestra de falta de inteligencia, o bien, ausencia de motivaciones sinceras, para entrar en el terreno de las maniobras que persiguen el propósito de sembrar miedo para cosechar servidumbres.

Los perversamente denominados “runners” -es notorio como usamos otros idiomas, como si nos molestara el propio, como buscando evadir la carga de verdad que tienen las palabras- han sido execrados al máximo. Un funcionario sanitario los llamó “histéricos” porque no podían aguantar sin correr. Sergio Berni, ministro de Seguridad de Axel Kicillof, dijo que se sentía un “pelotudo” y habló de “la marcha de la imprudencia”. Una televisora importante, como es Telefé, hizo una historia dramática y sensacionalista con un cisne bebé que fue pateado por un corredor, y murió como consecuencia del atropello... ¡en Londres!

La sobrecarga sobre la presunta ausencia de responsabilidad de quienes salen a correr, y la imputación sobre la eventual consecuencia en la propagación del coronavirus, no tienen mayor asidero científico, pero eso no parece importar. Por el contrario, no se habla de la tremenda ineficacia de un Estado que, mientras declama, no ha hecho todavía (casi tres meses de cuarentena) testeos masivos; un Estado que no ha podido disimular la tremenda injusticia social argentina, con millones de personas que viven en ámbitos y circunstancias proclive a la transmisión de cualquier peste, sea coronavirus u otra cosa; a la multiplicación exponencial del desempleo y la pobreza, factores basales para multiplicar las posibilidades de perder la buena salud.

La satanización de las personas que salen a correr, allí donde se ha permitido la práctica, no es más que otra cortina de humo, en medio de la neblina en la que, lamentablemente, estamos inmersos. Esa neblina solo comenzará a disiparse cuando retomemos la sana costumbre de pensar por nosotros mismos, sin sucumbir a la siniestra propaganda que ha hecho realidad aquella novela de George Orwell (publicada en 1949), alertando sobre lo que vendría como aplicación concreta del poder autoritario.

Rubén Boggi

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