La víctima que no podía dejar de sufrir

29 enero, 2020
La víctima que no podía dejar de sufrir
taxista en silla de ruedas
taxista en silla de ruedas

Pablo Sánchez conducía un taxi, y ahora solo puede conducir su silla de ruedas. Con ese artefacto indispensable para quien ha perdido la capacidad motriz en las piernas, llegó al ostentoso palacio donde se administra justicia. Porque Pablo Sánchez no perdió su movilidad por enfermedad o accidente: se la quitaron con un balazo. Los autores de ese balazo, según disposición judicial, van camino a sus casas, caminando. Ellos pueden caminar: Pablo Sánchez, no.

El ex taxista fue
a Tribunales este miércoles para apelar ante quien corresponda esa prisión
domiciliaria que les fue concedida a Daniel
Costich, Ezequiel Roa Moreno y Axel Jara
. Sánchez tal vez no entienda mucho
de leyes; pero nadie puede negarle el conocimiento sobre su propia situación, su propio sufrimiento, su propia impotencia
ante un sistema que, cada tanto, da muestras de una preocupante estandarización
en la aplicación del texto de las normas legales.

“Me cayó re mal
cuando me enteré que les habían dado domiciliaria, porque tendrían que estar
presos hasta el juicio. Emocionalmente
como soy yo, esto me mata
. Esto no puede ser así, a mí me arruinaron la
vida. La verdad no me lo esperaba", le dijo Sánchez al diario local La
Mañana Neuquén. Al otro día de esa declaración, fue, con su silla de ruedas, al
palacio de Justicia. Su trabajoso
ascenso hacia las alturas pomposas de ese edificio lleno de vidrios y
expedientes, es una especie de metáfora de la desigualdad que se impone con un
perverso discurso de igualdad para los ciudadanos
.

Desde aquel día
en que fue entregado a sus asaltantes, baleado desde atrás, y abandonado en ese
auto que ya no podrá conducir, la vida
no ha sido fácil para Sánchez
. Si bien es cierto que el sufrimiento de la
víctima no debe ser tomado como un factor agravante del delito cometido por sus
victimarios, todos o casi todos se dan
cuenta que no hay una equidad en este tipo de situaciones, desde el Estado y
sus garantías, hacia cada uno de los protagonistas de un hecho lamentable.

Tal vez la
Justicia debe entender que cada decisión que toma no solo es una interpretación
de lo que las leyes dicen, en función del hecho evaluado, y de las personas
concretas que involucra; sino que,
también, esa decisión es política: le dice algo a la sociedad, sienta
precedentes para conductas posteriores, consolida, en definitiva, una costumbre
.
En la dialéctica permanente entre leyes y conductas, cada fallo tiene
consecuencias, cada fallo puede ahondar
heridas tanto como contribuir a cicatrizarlas.

Verlo a Sánchez en su silla, clamando por algo de
equidad, es una herida que ciertamente se abre, se abre más, y nos grita a
todos.

Rubén Boggi

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