A Boca no le alcanzó y River, con justicia, está en la final

River perdió uno a cero, pero ganó por 2 a 1, en
función de las matemáticas que fijan las reglas de juego de la Libertadores. Boca,
que ganó el partido, quedó eliminado, otra vez por su rival más
importante, su contendiente histórico. El equipo de Alfaro, preso de sus
propias limitaciones, de una impotencia crónica que le hace imposibles cosas
que antes eran posibles, quedó en el camino, y augura la necesidad de un
recambio que parece inexorable.

La cuestión fue bastante simple: no se puede ganar si no se
hacen goles. Y al Boca de Alfaro le cuesta una enormidad llevar peligro al arco
contrario. Sea River, o cualquiera el que esté enfrente. En un partido
decisivo, como fue el de la Bombonera, su única esperanza era cambiar el
libreto. Pero la vocación ofensiva no es suficiente si no hay juego, si no
hay creatividad, y todo se reduce a centros al área, a las pelotas “paradas”,
a la suerte de los cabeceadores.

Boca ganó uno a cero por una de esas pelotas, que terminó
empujando a la red Hurtado, después de un blooper letal de Zárate, y tras el
cabezazo de López. Antes, el árbitro había anulado (una mano) un gol en el
primer tiempo, convertido por Salvio. Después, López tuvo otra oportunidad con
un cabezazo al ángulo, abajo, que logró atrapar Armani. Eso fue todo. Lo
demás, una confusión permanente, de la que solo escaparon los centrales
boquenses en su actividad estrictamente defensiva, donde se lucieron, sobre
todo Izquierdoz, en los cortes de los mano a mano a los que se condenó Boca
jugando adelantado y a la ofensiva, sin orden, sin esquema, sin táctica.

River fue el equipo sólido que se ve jugar desde hace tiempo
en el fútbol argentino. Jugó con la tranquilidad del resultado. Cuando
Boca hizo el gol, fue a buscar el empate. Sin desordenarse, sin emprender locas
aventuras. River llega a la final de la Libertadores con total justicia,
porque demostró ser el mejor de los dos.