Cazador casado

14 enero, 2019
Cazador casado
jabalí
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El Rey Eneo tuvo dos hijos con Altea: Toxeo y Meleagro. Su reino, Calidón, estaba rodeado por una fortificación de unos 3 kilómetros de longitud. Como era habitual, a los pies de aquella muralla había un foso. Lógicamente, el piberío se entretenía saltando de un lado al otro del zanjón. Eneo le tenía prohibido a su primogénito saltar el foso por temor a que se desnuque. Un día que Toxeo no le hizo caso, su papá, el rey Eneo, le dio una trompada y lo mató. Sintéticamente: por un poco de boxeo, nada de Toxeo.

En cuanto al otro hijo, Meleagro, un oráculo le había advertido a su mamá, Altea, que la vida del príncipe estaba ligada a un leño que ardía en el fogón. Según aquella profecía, cuando se consumiese aquel tizón, su vástago moriría en el acto. Al saber esto, Altea sacó rajando ese palo del fuego, lo apagó y lo metió en un cofre. Meleagro creció sano y fuerte protegido por aquella madre y esquivando a aquel padre. Además de guerrero audaz, el joven era también un gran cazador y el mejor lanzador de venablos, que eran unos dardos largos o unas lanzas chicas, como usted guste, usados tanto para la guerra como para la caza.

Volviendo al rey Eneo, además de bruto era bastante despelotado. Cierta vez, al finalizar la cosecha, brindó sacrificio a todas las divinidades del Olimpo menos a Artemis, la bella y casta diosa de la caza. Helio (el Sol), cuando no, le chimentó tal olvido a la diosa, quien era algo así como la doncella arisca de los inmortales. Dicho de otro modo, Artemis era más mal llevada que carretilla de un solo mango.

Furiosa por ser la única que no recibió tributo, Artemis envió sobre Calidón un jabalí gigante para que destruyese todo. Eneo, desesperado, despachó heraldos a toda Grecia convocando a los guerreros más valientes para cazar al chancho asesino. La recompensa no era gran cosa: quien lo matara se quedaría con el cuero y los colmillos. Igual, respondieron a la convocatoria 17 tipos y una mina: la bella Atalanta de los pies alados, a quien su padre había abandonado por no ser varón, y creció amamantada por una osa.

Meleagro quedó enamorado al instante de Atalanta, asunto que cayó como la mona en la casa real. No sólo el príncipe ya estaba casado con Cleopatra, además se la pasaba junando a Atalanta mientras suspiraba: ¡Qué mujer, quién pudiese amarla! La noche antes de que comience la cacería, los cuatro tíos maternos de Meleagro se juramentaron hacer lo imposible para que el príncipe y Atalanta no se unieran.

La cacería empezó mal. Primero, dos cazadores intentaron violar a Atalanta. Esta los mató antes de que pudiesen bajarse la bragueta, pero entonces salió el jabalí de un arroyo y mató a otros dos cazadores, le cortó las patas a un tercero, y un cuarto, el valiente Néstor, se salvó trepándose a un árbol. Ahí nomás, otro cazador tropezó con una raíz y, mientras uno lo ayudaba a levantarse, vino el chancho y los reventó.

Con el encuentro 0 a 6, Atalanta, disparó un flechazo detrás de la oreja del jabalí, que quedó malherido. Con un gesto de desprecio, otro cazador dijo: ¡Así no se hace, che, mirá! No terminó de levantar su hacha para arrojarla al animal cuando este ya lo había castrado y destripado. Tras cartón, uno de los tipos arrojó su lanza pero, en vez de darle al chancho, ensartó a otro compañero y lo mató en el acto. 0 a 8 abajo…

Cuando ya la bestia se disponía a aplastar al valeroso Teseo, uno de los pocos cazadores que quedaban, Meleagro logró atravesar al jabalí con su lanza. El animal dio una vuelta en el aire y cayó muerto, al fin. De inmediato, Meleagro desolló al bicho y le entregó la piel a Atalanta mientras decía: “El trofeo te pertenece, mi guaina, fuiste la primera en herirlo, y esa herida lo hubiese desangrado, tarde o temprano”.

Los tíos maternos de Meleagro, que no habían participado de la cacería, se sintieron agraviados al ver que Atalanta se quedaba con el cuero del porcino, y reclamaron el premio para ellos. El joven enamorado, harto de los cuatro viejos, degolló a los dos mayores, ahí mismo. Los dos veteranos sobrevivientes le declararon la guerra y mataron a muchos en combate pero finalmente fueron muertos por su sobrino. Como siempre decimos, tenga presente esta historia si es de los que se quejan por la familia que le tocó.

Cuando Altea, la madre de Meleagro, vio llegar los cadáveres de sus cuatro hermanos muertos por su propio hijo, corrió hasta el viejo cofre, sacó de él el antiguo tizón y lo arrojó a las llamas. Al instante, Meleagro fue devorado por un fuego interior, otra que gastritis, y murió aullando como un perro. Presa del remordimiento su madre se ahorco. Y, por el mismo precio, se ahorcó también Cleopatra, la viuda de él.

Sin llegar a ser tan trágica como la cacería de Calidón, la interna del peronismo neuquino tiene lo suyo. Como es ya costumbre, muchos han quedado en el camino con las piernas cortadas, castrados, o malheridos. El cuero es uno solo y nunca alcanza para tantos, menos aún si se lo lleva alguien de afuera. En la búsqueda del trofeo, hay solidaridades pero también “fuego amigo”. Sucede que, al igual que con Atalanta, una mujer (CFK) provoca despiadados enfrentamientos al interior del grupo. Asimismo, hay entuertos familiares y tíos que, sin correr riesgos, quieren decidir desde afuera cómo se reparte todo.

La fórmula Rioseco - Martínez es un nuevo invento del tío Parrilli. ¿Logrará con esta versión más que con aquella de Quiroga - Panesi? Difícil que el chancho chifle, y menos si está muerto. Es más probable que CFK, al igual que Atalanta, salga indemne de la aventura e, inclusive, se lleve algún premio inesperado.

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