Un lugar en el mundo

14 diciembre, 2018
Un lugar en el mundo
acoso
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(Especial por Jorge Gorostiza) En estos días, el diario inglés The Guardian publicó un artículo sobre la salud pública de la India. Se trata de una historia extraordinaria con protagonistas a tono.

India es el séptimo país más grande del mundo, tiene un tercio más de kilómetros cuadrados que la Argentina, que es el octavo en superficie. Mientras aquí somos, números redondos, 40 millones, ellos son 1240 millones de personas. Se trata del segundo país más poblado del mundo, detrás de China, y se estima que durante este siglo pasará a ser el primero. Estamos hablando de la sexto PBI mundial, y del país étnica, cultural y religiosamente más diverso. Para darnos una idea: India reconoce 1652 dialectos dentro de su territorio.

En 1947, luego de un proceso de resistencia no violenta liderado por Mahatma Gandhi, el país se independizó del Reino Unido. Lo mismo que para la mayoría de las ex colonias, el retiro de la minoría blanca supuso formar, de la nada, cuadros técnicos y administradores públicos. En el caso de India las dificultades se potenciaron por su extensión y complejidad. El sistema sanitario no fue la excepción.

En materia de salud pública, India ostentaba, y en buena medida ostenta, algunos de los peores registros mundiales. La combinación de pobreza extrema, desnutrición, falta de infraestructura básica y analfabetismo produce millones de muertes evitables. A modo de ejemplo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS), cada año mueren en el país 900.000 personas por beber aguas contaminadas.

Hacia 2002, el mundo esperaba una catástrofe sanitaria en la India. De acuerdo con las proyecciones oficiales, el país tendría unos 25 millones de personas infectadas con VIH hacia el final de la década. La tasa promedio era de alrededor de mil nuevos casos por día. La perspectiva cierta de que el país se transformase en la capital mundial de la enfermedad suponía un estrago permanente para las familias, la sociedad y la economía nacional. Pero llegó el 2010 y nada de eso ocurrió.

En un libro publicado recientemente A Stranger Truth (Una extraña verdad) un experto en prevención de VIH rinde honores al grupo que más hizo por lograr el milagro: las prostitutas indias. El autor, Ashok Alexander, de 64 años, asegura que nada hubiese sido posible sin el compromiso de centenares de miles de trabajadoras sexuales, las mismas que viven en condiciones particularmente crueles, o brutales.

Alexander pertenece a la elite del país, su padre fue secretario personal de Indira Gandhi y, hasta 2002, nunca había tratado con putas, maricas, travestis y drogones. Así, el primer día que salió por los barrios pobres de Vizag se sorprendió de encontrar a parejas copulando en las plazas, debajo de cada árbol. El trabajo sexual en India se ejerce en esquinas, paradas de bus, estaciones de servicio o donde sea.

El hecho de que sólo el 7% de quienes ejercen la prostitución trabajase en burdeles planteaba para Ashok Alexander una dificultad adicional para llegar a la población clave para frenar el avance del virus. Una exhaustiva investigación de campo, con encuestas y análisis de grupos focales, le permitió a Alexander entender cómo era el día a día de las prostitutas y prostitutos. Un primer paso fundamental.

Sus entrevistas permitieron conocer cómo se ejerce el trabajo sexual en el país, y cuáles son las motivaciones y razonamientos subyacentes. Para la fatalista cultura India el VIH es una más entre las desgracias de la vida. Como le dijo un camionero a Alexander: El SIDA me puede matar en 10 años, mi camión en la próxima curva.

La combinación de pobreza, marginación y falta de horizontes imprimía la misma lógica entre las prostitutas callejeras: Usted me dice que voy a morir en diez años por no usar preservativo. Diez años es toda una vida para mí, tengo cosas muy urgentes en las que pensar hoy mismo. A pesar de este panorama, Ashok no bajó los brazos y mantuvo las esperanzas cuando todos a su alrededor las perdían.

Ashok Alexander imaginó una solución sencilla, efectiva e incluso amorosa: un lugar donde las mujeres encontrasen reparo frente a la violencia de parejas, clientes y policías. Un refugio frente a la intemperie dónde poder descansar un rato o darse una ducha caliente. Un sitio, también, donde realizar controles médicos, brindar la información necesaria de la manera apropiada y proveer de todos los preservativos que necesitasen. El experto imaginó ese espacio y lo hizo realidad.

En dos años, Alexander abrió 672 centros para prostitutas en todo el país donde se distribuyeron unos 13 millones de profilácticos por mes. Pero no fue ese el logro más importante. La posibilidad de encuentro potenció liderazgos dentro de la comunidad de trabajadoras sexuales. Escucharse unas a otras, reflexionar sobre su realidad, desató un proceso que transformó la humillación en orgullo y conciencia.

En India, como en todas partes, el trabajo de prostitutas y prostitutos exige enfrentar a cada momento negociaciones que involucran su economía, sus emociones, su cuerpo, su salud y la de sus clientes. Pero, en el caso indio, las prostitutas ocupan un lugar despreciable dentro de una sociedad de castas dónde la violación es una práctica tan extendida como impune. En ese contexto, las meretrices indias asumieron su propia causa y, a mayor velocidad que el VIH, lograron desactivar una tragedia anunciada.

En la sociedad global, las despreciadas de India merecen la gratitud de su nación, y la nuestra también.

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