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11 diciembre, 2018
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(Especial por Jorge Gorostiza) Anoche, en 13 minutos, Emmanuel Macron, se jugó los tres años y medio que le restan a su mandato. El presidente francés se dirigió a su nación en un discurso grabado en el que ofreció 3 D: disculpas, dinero y diálogo.

El jefe de estado de una de las 5 potencias que integran el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas no llegó a esta situación por propia voluntad sino obligado por los hechos: el fenómeno de los Chalecos Amarillos amenaza con llevarse puesto su gobierno.

Macron llegó al Eliseo hace 18 meses, después de ganar las elecciones en segunda vuelta con el 64% de los votos. Hoy su popularidad no llega al 18% la más baja de cualquier presidente francés a esta altura del mandato.

Los Chalecos Amarillos toman su nombre de la prenda fosforescente que todos los automovilistas franceses llevan en la guantera. Hace apenas 4 semanas, se auto convocaron por redes sociales para protestar por el aumento de combustibles, carecen de líderes formales y cualquier ideario establecido.

Francia tiene una superficie que equivale al doble de la provincia de Buenos Aires y cuenta con 67 millones de habitantes. Los Chalecos Amarillos, en buena medida, son la manifestación de la Francia de provincias: ciudadanos de pequeños pueblos, empobrecidos y, literalmente, gasoleros.

Las principales ciudades francesas cuentan con un extraordinario servicio de transporte público. En París, por ejemplo, el 59% de los ciudadanos tienen automóvil. En la Francia provinciana ese porcentaje trepa al 93%. Se trata, mayormente, de vehículos utilitarios con motores a gasoil, imprescindibles para el trabajo y la organización familiar.

Si bien el gobierno nacional ya había dado marcha atrás con los aumentos de combustible, las protestas sociales no cedieron y, el sábado pasado, sólo en París, unos 8.000 efectivos de seguridad detuvieron a 1.082 personas que exigían lisa y llanamente la dimisión de Macron.

Por sus propias características, el movimiento Chalecos Amarillos no puede ofrecerle al presidente un interlocutor válido, ni un pliego de condiciones. De hecho, algunos de sus reclamos son contradictorios entre sí. Los Chalecos Amarillos, sencillamente, han funcionado como catalizador de todo el descontento de la población frente al ajuste económico.

Quizás por eso, el presidente empezó su discurso de anoche haciendo un mea culpa que sonó sincero. Admitió que se ha equivocado tanto en las formas como en el fondo de varias cuestiones que afectan a sus conciudadanos, a quienes les ofreció algo así como una renovación del contrato cívico.

"Mi legitimidad no viene de ningún título, ningún grupo de amigos, ninguna camarilla de poderosos. Mi legitimidad solo viene de ustedes y de nadie más", afirmó el presidente, quien evitó el tono arrogante que le reprochan sus compatriotas.

En el terreno económico, propuso algunas medidas inmediatas como un aumento de 100 euros en el salario básico, sin costo para los patrones; un bono voluntario de 1.000 euros para los empleadores que puedan pagarlo y beneficios específicos para jubilados que ganen menos de 2.000 euros.

No todas fueron buenas noticias: Macron mantuvo la baja de impuestos a las grandes fortunas, una de las medidas más impopulares de su gestión, pero aseguró que combatirá la evasión fiscal y ampliará los aportantes apuntando directamente hacia GAFAM (Google, Amazon, Facebook, Apple, Microsoft). Según el líder, los gigantes de Internet que hacen negocios en Francia "deben pagar sus impuestos en Francia".

Hacia adelante, el presidente galo propuso volver al diálogo como herramienta para resolver los conflictos. Macron asumió que los reclamos de la ciudadanía son legítimos, y su enojo entendible, pero consideró que la violencia desencadenada es inadmisible. "Ninguna ira justifica atacar a un político o a un policía, destruir un comercio o dañar edificios públicos. No tendremos ninguna indulgencia con ese tipo de violencia” advirtió el presidente.

Emmanuel Macron disputó una sola elección en su vida: la que lo llevó al Palacio Eliseo. Sus antecedentes políticos se reducen a dos años como ministro de economía del presidente François Hollande, y nada más. Es un banquero y, hasta ahora, ha actuado como tal: atendiendo a las cifras más que a las personas.

Ayer a la tarde, en un informe especial para AM550, la periodista argentina Ester Stekelberg, residente en Francia, comparó la situación del país con una vieja olla a presión. El discurso de anoche del presidente Macron procuró retirar la olla del fuego, aunque más no sea, durante 13 minutos.

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