Cualquier agujero es poncho

3 diciembre, 2018
Cualquier agujero es poncho
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(Especial de Mitología en Alpargatas, por Jorge Gorostiza) Ganímedes, el más bello de los mortales, era hijo del rey Tros, de quien tomó su nombre la ciudad de Troya. Sabido es que aquellos reyes de antaño eran crianceros venidos a más, apenas eso, como decir vizconde de Tricao Malal, o algo parecido.

El joven Ganímedes, por tanto, era un pastor cualunque que velaba por los rebaños de su padre. Pero era un bombonazo y Zeus le  había echado el ojo... Cierta tarde, según relata Homero en la Ilíada, el dios asumió la forma de un águila y se lo llevó pal Olimpo.

A modo de disculpas por los inconvenientes ocasionados, Zeus le envió a Tros, por intermedio de Hermes, una vid de oro creada por Hefesto y dos bellos caballos creados por alguna yegua. Para tranquilidad del papá el mensajero le aseguró que su hijo sería librado de las miserias del envejecimiento, es decir, el nene iba a ser inmortal.

El deslumbramiento de Zeus, todo un señor, por Ganímedes no se limitó a lo meramente estético sino que, por las buenas o por las malas, lo hizo su compañero de lecho. Eufemismo: se lo llevó a la catrera.

La iconografía clásica representa al muchacho, parado junto al dios, con una jarra de oro en la mano. Historiadores chuscos, de esos que nunca faltan, especulan que el joven permanecía parado porque no se podía sentar. Según tales analistas, en la otra mano Ganímedes tenía un pote grande de pomada hemorroidal.

Como sea, la versión oficial es que el muchacho reemplazó a Hebe, la diosa de la Juventud, transformándose así en copero del Olimpo. Su trabajo consistía en agradar a su señor y mantener siempre llena su copa.

Hera, esposa de Zeus y madre de Hebe, se sintió horriblemente ofendida por el nuevo rol de Ganímedes y armó flor de escandalete. Pero el tiro le salió por la culata: además de todos los arrumacos, el muchacho fue consagrado entre las estrellas como la constelación de Acuario.

Según Robert Graves, máxima eminencia en materia de mitología clásica, la historia entre Zeus y Ganímedes resultó inmensamente popular en Grecia y Roma pues proporcionó “una justificación religiosa para el amor apasionado de un hombre mayor por un niño”. Atención Vaticano I.

Según el mismo Graves, hasta entonces, la pederastía no tenía muy buena prensa. Los devotos de Cibeles, la divinidad de la potencia vegetativa, buscaban la unión mística mediante la auto castración y el uso de faldas largas. Atención Vaticano II.

El nombre Ganímedes saltó del griego al latín como Catamitus, de donde pasó al inglés como Catamite,  palabra que designa al “objeto pasivo de la lujuria homosexual masculina”. Atención Vaticano III.

El sacerdocio sexual fue una institución conocida en Jerusalén, al menos hasta el exilio. La Biblia documenta sin dudas un par de ministerios carnales: “Expulsó del país a los que se dedicaban a la prostitución sagrada” (1Re XV, 12) y “Derribó las casas de los prostitutos sagrados que había en el Templo de Dios” (2Re XIII, 7).

Platón, por su parte, se valió no pocas veces del mito de Ganímedes, aunque de un modo ambiguo. En Fedra justifica sus propias pasiones hacia sus discípulos valiéndose de él, pero en Leyes censura la sodomía y atribuye el relato a la maldad de los cretenses.

En efecto, de acuerdo al Diccionario de Mitología de Pierre Grimal, podría no haber sido Zeus sino Minos, rey de Creta, quien raptó al joven disfrazándose de águila. Según Graves, le corresponde a Minos el triste privilegio de ser el inventor de la pederastía.

Una curiosidad al paso: otro inventor, Dédalo, diseñó un prototipo vacuno para que la esposa de Minos, Pasifae, se disfrazase de vaca y fuese servida por el descomunal toro que Poseidón le había regalado a Minos.

De aquella unión bestial surgió el minotauro, mitad bovino, mitad persona, a quien, para evitar males mayores, encerraron en el laberinto. La dieta el monstruo era llamativa, por cierto: catorce vírgenes al año, nada menos.

Volviendo a Ganímedes, haya sido Zeus o Minos, lo cierto es que alguien lo tomó para su satisfacción personal. A cambio, el joven entró a formar parte, en un papel secundario, de la mesa de los poderosos.

Si es verdad lo que dice la publicidad, y pertenecer tiene sus privilegios, no menos cierto es que tiene sus costos también. Hubo es estas tierras del Sur un presidente que se soñó alto, rubio y amigo del poder. Durante su gestión, nuestra postura diplomática hacia los EEUU fue definida como relaciones carnales. Ya imaginaran ustedes qué parte de la carne pusimos.

A su turno, el actual presidente pidió perdón al rey de España durante los actos oficiales del bicentenario de la independencia. Argentina, último orejón del tarro en el G20, acaba de tener su cuarto de hora como organizador de la cumbre y nuestro líder se codeó con los grandes.

Cual un nuevo Ganímedes, su trabajo consistió en agradar a los señores manteniendo sus copas llenas. A pesar de ello, el documento final del encuentro fue decididamente decepcionante.

Con buenas intenciones y ningún compromiso, las cuatro carillas firmadas en Buenos Aires hacen que parezca mucho lo poco alcanzado en Hamburgo durante el G20 del año pasado que, sin ir más lejos, insumió diez páginas.

Con menos protagonismo que Mauricio, el Gobernador Gutiérrez parece haber logrado algo más concreto: el presidente chino Xi Jmping comprometió unos 34 millones de dólares para el financiamiento de distintas obras en nuestra provincia.

El tiempo dirá si, a cambio, hubo que entregar algún rosquete. De ser así, seguro que será el de otro, u otros, nunca el de Gutiérrez.

 

 

 

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