El gitano que me mintió vendiendo bolsas, hasta que lo encontré

16 julio, 2018
El gitano que me mintió vendiendo bolsas, hasta que lo encontré
calle centro neuquén
calle centro neuquén

Varios meses atrás, salimos a cenar a un lindo restaurante, aunque era más parecido a un bar, en pleno centro neuquino. Micaela, Danila, y yo, esperábamos lo que habíamos pedido y se acercó un muchacho de hermosos ojos claros y una gran sonrisa. Vendía bolsas de consorcio y lo saludé respondiéndole con la misma mirada. Dijo que no tenía trabajo y que realmente necesitaba dinero.

Soy bastante sincera y, si no digo algo que pienso, suelo incomodarme demasiado. Aunque en aquel entonces, siento que fue horrible mi actitud de juzgar al joven por su aspecto físico y decirle: “Tenés pinta de gitano. No me estarás mintiendo, ¿no?”. Su cara se transformó y me sentí muy mal. “No, por favor. No soy gitano. Estoy sin trabajo y no me quedó otra que salir a vender bolsas. De verdad”, me respondió. La realidad, es que yo no contaba con mucho dinero, pero le compré un paquete de bolsas, y el chico se fue.

Una de mis amigas me dijo “te vio la cara”, porque para ella era evidente que mentía. Sin embargo, yo le creí. Y los días pasaron, y otra noche terminé bailando en otro lugar, cuando observé que un chico muy parecido a él, estaba ahí, rodeado de mujeres con vertidos largos y rodetes. No tuve filtro y me acerqué.


  • “Vos… ¿Te acordás de mí?”

  • “No, la verdad que no”

  • “Yo te compré bolsas a vos… Hace poco, y me mentiste. Me dijiste que no eras gitano”

  • “Ah… No, no, no. No te mentí”

  • *Silencio absoluto de mi parte y mirada seria*


El muchacho me agarraba de los brazos, suavemente, para decirme que no había mentido y que me daría una prueba de ello. Llamó a uno de sus amigos:


  • “Vení, vení… Decile a ella, ¿yo soy gitano?” – Le dijo a su amigo, delante de mí.

  • “Sí” – Respondió su amigo sin vueltas, estallando de risa.

  • “Ah, bué… No entendiste nada. Sos un gran amigo” – Agregó mientras se ponía color bordó.


¿Y qué podía decirle yo en ese entonces? Me di cuenta que yo parecía autora de tremenda discriminación. Pero ese no era el punto. Claramente, no me importa si es gitano o no. Me importa que me mienta para venderme un paquete de bolsas de consorcio. Y eso es exactamente lo que le dije. Y me pidió disculpas.

Me llamó la atención toda la situación. La mentira, mi enojo, lo cara dura que soy, y que toda la conversación anteriormente mencionada, fue entre risas.

Pasaron alrededor de dos meses y le conté la historia a una amiga, caminando sobre calle Roca. Y en cuestión de segundos, pude ver que él escuchó casi toda la conversación porque estaba ahí, en ese preciso momento, en esa calle. Esto es 100 % real, y la que estaba bordó ahora, era yo.

En otra ocasión, me junté con mis amigos a tomar cerveza, y también apareció, vendiendo sus bolsas de consorcio. No sé por qué, pero no iba a decir delante de mis compañeros que no le compren porque les mentiría. Y antes de dejarlo hablar, lo miré a los ojos y le dije: “Hola, ¿cómo estás? ¿Ahora sí te acordás de mí?”. Respondió que sí y pasó por alto nuestra mesa, y ni siquiera lo intentó, pero nos saludó muy bien.

Pasó casi un año desde el comienzo de la historia que acabo de contar. El viernes pasado, estaba llegando a mi trabajo en calle Montevideo, y pasó un hermoso auto de alta gama. Su conductor me gritó: “¡Hola amiga!”. Era él.

¿Cuál es el mensaje a raíz de lo que pasó?, se preguntarán. Pues esta vez, es un poco difícil de explicar. La mentira está mal, pero peor hubiera sido si me hubiese enojado. Y yo no sé por qué él hace lo que hace, no puedo juzgarlo. No entiendo su pasado, desconozco su presente, y menos sé de su futuro.

La próxima lo invito a tomar unos mates, y les cuento.

 

Sofía Seirgalea

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