El muchacho que camina todas las madrugadas por Ruta 7

7 junio, 2018
El muchacho que camina todas las madrugadas por Ruta 7
Se-encuentra-en-funcionamiento-la-iluminación-de-la-ruta-7-entre-Neuquén-y-Centenario-03
Se-encuentra-en-funcionamiento-la-iluminación-de-la-ruta-7-entre-Neuquén-y-Centenario-03

De vez en cuando, manejo el auto de mi papá y lo tengo a mi disposición, con la condición de ir a buscarlo a su trabajo. Termina alrededor de las 5 de la mañana, después de manejar el camión de Cliba. En mi casa siempre hay gente, así que, si estoy cansada, siempre tengo a alguien que “pegue el grito” y me despierte.

En verano era más fácil, sobre todo porque ya era de día cuando debía ir por él. Pero, ahora, siendo casi invierno, las noches son realmente oscuras y muy, muy frías. Mi técnica es subir al auto, encender la calefacción y escuchar todas mis canciones favoritas. Empecé a tomarlo como una terapia, ya que tengo varios minutos hasta llegar a la empresa.

Sin embargo, existen noches en las que, realmente, el frío se hace insoportable, hasta que el auto “se calienta”. Me “emponcho” entera y pongo primera.

Ésta situación se repite hace varias semanas. Llamaba mi atención observar casi siempre, después de la rotonda de “Coto”, para agarrar Ruta 7, a una persona con el uniforme de Cliba, caminando.

A veces pensaba en parar, y otras pensaba en que estaba realmente loca por hacerlo. Sobre todo, por la información que tenemos metida en la cabeza de que hoy “todo está mal y es extremadamente peligroso”.

Una noche me cansé. Me frustraba saber que yo estaba dentro del auto y había otra persona que iba al mismo lugar que yo, pero caminando. Otra noche, quise frenar, pero no pude porque lo vi tarde y ya no había lugar para hacerlo, teniendo en cuenta que un par de autos venían atrás.

Finalmente, llegó el momento. Paré con el auto mucho más adelante, pero vi rápidamente por el espejo retrovisor cómo el muchacho venía corriendo. Bajé el vidrio y le pregunté: “¿Te llevo?”. “Sí”, gritó. Nos quedamos mirando y aclaró: “O sea, sí, voy para Cliba… Sí, por favor”.

Esa noche mi papá y sus compañeros estaban sorprendidos porque, aunque ya se los había comentado, no me habían creído capaz de hacerlo. Con el muchacho no se hablaban, por tener diferentes turnos y no coincidir. Pero, desde ese momento, la relación entre ellos cambió.

No siempre nos cruzamos, no siempre vamos juntos hacia Cliba. Pero cuando veo algo brillante caminando a lo lejos, sé que es él. Y pongo balizas, y freno, y él corre, y se sube. Hablamos de todo un poco, o a veces no hablamos porque le comento que tengo sueño, y lo entiende.

Tiene 23 años. No recuerdo haberle preguntado el nombre. Es de Zapala, vino a Neuquén para encontrar trabajo y vive con su prima. No hay colectivos que lo acerquen a esa hora. Por eso, hace cuatro meses, se levanta todas las madrugadas para arrancar su caminata, desde el centro hasta la rotonda de Zanón, antes de correr atrás del camión cuando empieza su turno.

Le molesta, pero no se queja. Lo hace y aprende de eso, y es agradecido ante otras circunstancias de la vida. Sabe que la situación no va a ser esa para siempre. Pero quiere trabajar, quiere vivir.

 

Sofía Seirgalea

Te puede interesar
Últimas noticias