¿Cómo matamos a Marcelo?

6 octubre, 2012
¿Cómo matamos a Marcelo?

[caption id="attachment_13299" align="alignleft" width="291"] Marcelo, en una de las fotos que recorre el país.[/caption]

La historia parece extraída del guión de una película triste, de esas que de vez en cuando saca el cine y nos agarra con la guardia baja y nos hace llorar y pensar sobre la vida y el destino. Alguien tiene un accidente del que no se recupera y está en coma hace 18 años. La familia pide que lo dejen morir, la Justicia duda y el grupo de gente que lo cuida se resiste a su muerte.

Pero esa historia que parece de película es real. El “alguien” que tuvo el accidente se llama Marcelo Diez, un hombre neuquino que se estrelló contra un auto cuando viajaba por la ruta 22.

Hace 18 años que Marcelo está en estado vegetativo. Y hasta la actualidad, buena parte de ese tiempo lo pasó en la sede que tiene Luncec, la organización que lucha contra el cáncer, puesto que sus padres, antes de morir, se encargaron de dejarlo al cuidado de esta gente.

La vida lo trataba bien a Marcelo. Tenía 30 años, estaba al frente de una renombrada empresa de venta de automóviles. Era exitoso, buena persona, tenía una novia, proyectaba una familia hermosa como la que él tenía…. Pero el destino le jugó le puso la prueba más dura ese fatídico día de 1994. Y todo cambió en un instante. Cambió para mal.

Desde que duerme su sueño profundo, la empresa que tenía quebró, la fortuna se fue diluyendo para cubrir los gastos de su internación y cuidados, sus padres murieron más de tristeza que de enfermedad, sus amores quedaron truncos igual que los proyectos de familia. Todo quedó atrapado en el tiempo. En un sueño.

Ahora sus hermanas reclaman a la Justicia que lo dejen morir. O mejor dicho, que quienes lo cuidan no hagan nada para mantenerlo vivo.

Marcelo pasó buena parte de su vida luchando contra la muerte. Tuvo infecciones que casi lo matan, estuvo conectado a un respirador artificial y hasta llegó a quedar resumido a un pequeño cuerpo agarrotado de no más de 40 kilos. Pero en los últimos años, todas esas dificultades las logró superar al punto que no necesita de ninguna conexión especial para mantenerse con vida. De lo único que depende es de la alimentación, porque él no despierta. Apenas tiene movimientos espasmódicos en sus extremidades que le han devuelto algo de su masa muscular, pero que no le sirven para nada más que respirar y temblar, en el mejor de los casos.

Por eso es que sus hermanas están reclamando que lo dejen morir... aunque hay quienes dicen que no es dejarlo morir solamente. Es matarlo. Y el punto es cómo.

Dejar de alimentarlo es la única manera que tiene la gente que lo cuida para que Marcelo finalmente se muera. Dicen sus hermanas que él no sufrirá porque en realidad no siente. En todo caso los que sentirán y sufrirán son las enfermeras y hasta los pacientes que están de paso en Luncec. Son ellos los que más se resisten.

“Para nosotros es como un hijo”, dicen quienes lo cuidan. En efecto, todos los días lo bañan, lo miman, le cantan, le ponen música. Los enfermeros son quienes ponen en duda los recientes dictámenes médicos que dicen que lo de Marcelo es irreversible. Por cuestiones de esperanza y de fe, quienes lo cuidan piensan que un día Marcelo puede despertar, igual que lo hicieron otros hombres y mujeres del mundo que pasaron años inconscientes y un día regresaron a la vida.

Marcelo no está postrado. Los enfermeros se encargan de levantarlo de la cama todos los días y sentarlo en una silla para estar con el resto de los pacientes. Es una forma de integrarlo a la mesa cuando todos se juntan a comer, a una reunión donde todos charlan, aunque él no pueda hacerlo.

Lo curioso del caso es que para muchos pacientes enfermos de cáncer, Marcelo es un ícono de la vida. Hace 17 años que sigue respirando, todo un logro en un lugar donde no todos tienen esa suerte. Parece un contrasentido que hoy reclamen su muerte.

Dejar de alimentar a Marcelo  no provocará una muerte inmediata, como si se desconectara un respirador. Sin agua ni alimentos comenzará a tener un lento deterioro. La piel se secará, los labios se agrietarán, el cuerpo se irá consumiendo y secándose. Será un proceso lento como el que sufre una planta que deja de recibir agua.

Tal vez –como dicen sus hermanas- Marcelo no sufra. Pero quienes están alrededor de él hace tanto tiempo, sí sufrirán y mucho.  Por eso se resisten y dicen que harán lo imposible para mantenerlo con vida, para que no lo maten.

En la Argentina, igual que en varios países del mundo, se debate fuertemente por la denominada “muerte digna”, aunque se trate de un rótulo mal utilizado o un eufemismo para permitir a alguien que muera o que alguien deje morir a una persona, o la mate si ésta no está consciente de sus actos.

Es un mal rótulo porque la muerte no es digna. La muerte no tiene un espacio de tiempo para que alguien evalúe su dignidad. La muerte es fulminante y fugaz. Dura un instante. Es algo que se apaga, que se desconecta. En definitiva, que muere.

En todo caso debería hablarse de vida digna. Y ahí sí vale la pregunta. ¿Es digna la vida que lleva Marcelo? Tal vez sus hermanas tengan razón. Pero si así fuera, la segunda pregunta es ¿cómo lo matan?

La Justicia tiene la respuesta. Serán los jueces los que decidan si Marcelo tiene que seguir viviendo.

Y lo más difícil, si fuese lo contrario, cuál es la manera más digna de matarlo. O de dejarlo morir.

Mario Cippitelli

Nota del autor: Después de mucho tiempo decidí escribir este artículo porque conozco a Marcelo de toda la vida y fue un gran amigo durante mi infancia. Sentí siempre un gran respeto por sus padres, a quienes también conocí y por sus hermanas a quienes aprecio y tengo cariño. Espero no generar polémicas estériles sino reflexiones para tratar de entender este caso triste y difícil.

Te puede interesar
Últimas noticias