El cheque de Trump, el virus maldito, y nosotros

28 marzo, 2020
El cheque de Trump, el virus maldito, y nosotros
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Nadie hubiera
imaginado que Donald Trump le ponga
plata en el bolsillo a la gente, como si fuera un kirchnerista ortodoxo.
Sin
embargo, en estos tiempos del coronavirus, la pandemia, el miedo global -que no
es solo a un virus, sino al derrumbe de la economía ciudadana- lo ha hecho posible. El magnate,
actual Presidente de los Estados Unidos, le
enviará un cheque, por 1.200 dólares, a cada estadounidense que tenga un
ingreso anual menor a los 75.000 dólares.

La iniciativa fue
aprobada por el Congreso de ese país, y forma parte de un paquete de medidas
que insumirá el 10 por ciento del PBI
yanqui: 2 billones de dólares
. Nunca en la historia de Estados Unidos, el
Tesoro ha puesto tanta plata para una
emergencia
. En fin, así obrará para intentar alinear la pelea sanitaria y
la económica, el país que tenía, este
viernes, más contagiados que Italia y España y China, previendo que, si se caen
sus ciudadanos más humildes, la catástrofe sería mil veces peor.

Aquí, al sur, el
presidente Alberto Fernández dispuso
repartir 6 mil millones de pesos entre
las provincias
. Más cerquita, justo en donde estamos, el gobernador Omar Gutiérrez anunció un paquete
económico-social de 2.300 millones de pesos
, para la emergencia del coronavirus.
El método para que esos dineros le lleguen a la gente, en la Argentina, creador
del híper populismo ya en el siglo pasado, es más intrincado, un poco
misterioso, y deja lugar a las dudas. Nadie
recibe un cheque en su casa. En todo caso, se lo arrima un puntero de barrio.

No se nos ocurra,
ni en broma, compararnos con Estados
Unidos
. ¿Para qué? Pero, sin comparar con nadie, aquí se está armando una ensalada de autoritarismo y libertinaje, de
contradicciones flagrantes, que podría ser un ejemplo de cualquier hazmerreir
del mundo
.

La gente no puede
salir de la casa. Cada vez menos puede salir de la casa, y todos repetimos eso.
Pero, al mismo tiempo, la gente tiene
que ir a buscar plata, en efectivo, porque en este país todavía hay cosas para
las que se necesita el dinero de papel
. Entonces, vemos la contradicción: no se puede andar por ahí al cohete, pero
sí se puede hacer cola, en un cajero automático
(no solo los del centro,
también en los barrios), que suele pagarnos, al llegar a él, con un sonoro “no
tengo más guita”. Ver foto, sacada este
mismo viernes. Cajero de barrio.

No se puede andar
por la calle si no es por una buena razón. Por
ejemplo, hacer cola para que a uno le pongan la vacuna contra la gripe.
En
la calle, claro. ¡Una buena cola! ¿Qué coronavirus se animará a prenderse de
uno, si se está por vacunar contra la gripe?

La solución es
internet, se dice. Todo virtual. Todo por el teléfono o la compu. Por ejemplo, hacer el trámite en ANSES.
¡Entrá a la página! ¡Y si lo lográs, te doy un premio extra, un cheque de los
de Donald Trump! Porque, recordar que estamos en Neuquén, Argentina, e Internet
tiene un límite. En concreto, ha
comenzado a colapsar
. Es más difícil entrar a determinadas páginas de
trámite que viajar ida y vuelta a la
luna en el avión que quería poner en el aire Carlos Menem.

Y así, hay
innumerables ejemplos, que más vale tomarlos a la chacota, antes de deprimirse y cortarse las venas con un ejemplar de El Gráfico
de 1966, con Amadeo Carrizo en la tapa
.

Cuando pase todo,
dicen los entusiastas enamorados del nacionalismo criollo, saldremos
fortalecidos, con mayor temple, orgullosos
del triunfo inevitable
. Sin embargo, estaría bueno repasar un poco lo que
se está haciendo. Moderar el avance del
Estado en esos arrebatos autoritarios que se escapan naturalmente.
No se
puede cerrar fronteras internas, porque no las hay en el país, según la
constitución. No se puede poner toque de queda, si no hay un Estado de Sitio. Y no se puede declarar Estado de Sitio,
sino hay una razón que lo justifique, por ejemplo, una situación de rebelión
generalizada e incontrolable
.

Mucho menos,
pedir la cabeza de los transgresores, como
si estuviéramos en París, y la Bastilla estuviera por caer, y la guillotina
empezara a trabajar, ávida de sangre, golosa de justicia.

Cada vez que el Estado pasa de la firmeza lógica
de la ley, al autoritarismo desmedido, no hace más que confesar que hay una
cara siniestra escondida en el fondo del ADN de los argentinos.

Rubén Boggi

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