El virus en el barrio

19 marzo, 2020
El virus en el barrio
virus en el barrio
virus en el barrio

El presidente Alberto Fernández define los términos de la
cuarentena general con los gobernadores. Esto es en Olivos. Lejos de ese
barrio, a 1.200 kilómetros, está el mío. Aquí cada quien definió los términos
de la cuarentena propia.

El mercadito de la esquina, atiende por una ventanita. El
verdulero, por turno con ingreso restringido. La fiambrería, con máximo de tres
personas. El kiosco, también a puertas cerradas por la ventana.

Es raro comprar sin ver, sin tocar. Qué le vamos a hacer,
vecino. Es por prevención, me dice Raúl, a quién le compro hace 25 años. Pido
un corte de carne al voleo y me siento mal: tengo dificultades menores pero
molestas. Dos latas de tomate. Un aceite. Dos paquetes de fideo. Uno de arroz.

Los vecinos se agrupan detrás de mí. Me hago a un costado, y
van anticipando pedidos. Una lavandina… cajitas de hamburguesas…. fiambres.
Todos nos miramos, y sonreímos. No hay lugar para la tragedia, todavía. Conservamos
la distancia con disciplina militar. Si uno avanza un paso, el otro retrocede.

Volvemos, cada uno con su bolsita, con mi esposa, de la
compra en el barrio. Entramos. ¿Te lavaste las manos?, me pregunta. Me pongo gel.
Me paso bien por entre los dedos y en toda la superficie. Acabo de mirar un
instructivo. En el siglo 21, los humanos aprendimos finalmente cómo hay que
lavarse las manos.

El vecino está regando el pasto. No queremos enterarnos si
se podrá salir o no a regar el pasto. Saldremos a como de lugar, porque el
pastito de la vereda… es sagrado. Es algo más que un pedazo de pasto. Es la
esperanza entre baldosas.

¿Y? ¿Cómo va? Pregunta el de la manguera. ¿Habló el Presi?

La cuarentena irá hasta el 31, parece. Cuarentena total.
Suena importante, hasta en mi barrio. Fieles a nuestra idiosincrasia, los
argentinos transformamos el asunto en una gesta… siempre y en tanto no se ponga
muy molesta.

Miro la despensita donde guardo los alimentos. Hay más que
lo habitual, pero, me sincero, no durará ni para diez días de encierro. El gato
me mira desde otro mundo, el de la felicidad de la ignorancia. Tal vez está tan
tranquilo porque vio que entrábamos una bolsa de siete kilos y medio de su
alimento.

El barrio también está tranquilo. La luz del atardecer se
duerme lentamente en la copa de los árboles más altos. Hemos regresado, pienso.
Es el gran retorno, a los fundamentos, a lo elemental. Vivir el día a día. Pero
con Internet (por ahora, al menos). Y televisión.

La cuarentena confortable de la clase media, pienso.
¿Cuántos miles, millones, estarán sufriendo, sin esas comodidades, humildes
pero altisonantes si se las compara?

Y concluyo: no, el virus no es igual para todos. No es igual
en Olivos que en mi barrio. Déjense de joder con la igualdad. Es mentira.

Rubén Boggi

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