Macri, ya en el país, repite el fatalismo del perseguido político
Parece imposible en Argentina eludir el síndrome del Día de la Marmota. Todo se repite, a tal punto que existe la ilusión de vivir siempre en el mismo día, dormirse, como Bill Murray en la película, y despertar nuevamente en ese día maldito en el que todo vuelve a suceder, y en el que uno, como máxima aspiración, puede modificar solo su propia vida. Así pasa con la historia de los políticos más encumbrados, incluso los presidentes: deben pasar por la justicia, inexorablemente (al menos desde Menem para acá) y vociferar a los cuatro vientos que no son culpables, que se los persigue con motivaciones políticas interesadas y propias de la coyuntura.
Es lo que pasa ahora con Mauricio Macri, al tiempo que su predecesora en el cargo mantiene la puja por las causas judiciales abiertas en su contra, y mientras Alberto Fernández, el presente, ya prevé que habrá causas que se abrirán en contra suyo, empezando por el asunto del cumpleaños de Fabiola Yáñez en la residencia de Olivos.
Macri, ahora, deberá rendir cuentas por presunto espionaje telefónico. No irá a declarar como indagado, lo avisó hoy. Dice que el juez es un incompetente; y que hay un plan para dañarlo pergeñado desde la política. Nada nuevo. El Día de la Marmota:
