El dolor del pueblo y el grotesco político, con Diego en el ataúd

26 noviembre, 2020
El dolor del pueblo y el grotesco político, con Diego en el ataúd
velorio maradona
velorio maradona

Tal vez era inexorable, tal vez tenía que suceder, tal vez el destino estaba marcado. O tal vez no, y lo que sucedió con la muerte, velatorio y entierro del mayor ídolo popular argentino del siglo XX y XXI, Diego Maradona, fue simplemente una consecuencia de la política nacional y su tendencia irreversible a la desmesura y el grotesco.

Primero, el presidente Alberto Fernández, el mismo que lideró, a veces bien y a veces mal, la prudencia sanitaria frente a la pandemia del coronavirus, decide armar una sala velatoria en la Casa Rosada, admitiendo de entrada que pasarían por allí alrededor de un millón de personas, cuando la actual reglamentación que el propio Estado dispuso respecto de las ceremonias fúnebres, era la de no participación de nadie, ni de familiares, en el velorio y entierro de los muertos.

Después, ese velorio organizado en el lugar más emblemático del poder político en Argentina, sede el Ejecutivo nacional, se desborda, casi en consonancia perfecta con la visita al féretro de la vicepresidenta de la Nación, Cristina Kirchner. Se cierran las puertas de la Rosada, la vice despide al ídolo acompañada solo por cámaras que retratan el momento, mientras, afuera, la gente entra en ebullición, y empieza el pandemónium del desborde. Saltan vallas, trepan rejas, fuerzan puertas, y el pueblo, desmañado, torpe y pasional al extremo, entra a la Rosada como aquel pueblo parisino entró a la Bastilla en la Revolución francesa. La policía reprime, y empieza la distribución de las culpas.

A continuación, surge la guerra política, que se expresa, como es común en estos tiempos, por las redes sociales. Wado De Pedro le reclama a Larreta que cese con la represión. Patricia Bullrich le enrostra al gobierno nacional su responsabilidad por haber organizado tal acto, pecando de demagogia y utilizando el símbolo de lo popular -Diego Maradona- con el fin de apropiárselo para sus intereses.

Así, lo que era una demostración de amor y dolor, en esa conjunción que cada tanto muestra el pueblo, con todas sus imperfecciones y a la vez, con la sublime sinceridad de los sentimientos, se transformó en la miseria política de otro tipo de conjunción, el de las acciones poco meditadas mezcladas con la ansiedad por sacar ventaja y llevar agua para el molino propio.

Diego Maradona, serio y adusto dentro de su ataúd, fue inocente. El pueblo que lo acompañó toda la vida, también. Los representantes políticos de la Argentina deberán, una vez más, descender un par de peldaños, de la escalera que conduce al ridículo y al olvido, para ponerse al nivel de tanto amor, de tanto dolor, de tanta emoción mal encauzada.

Rubén Boggi

Te puede interesar
Últimas noticias