El taxista Sisterna, víctima de una inseguridad naturalizada

7 agosto, 2020
El taxista Sisterna, víctima de una inseguridad naturalizada
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Hay en Neuquén una inseguridad naturalizada. Es muy peligrosa. Son áreas de la capital que viven situaciones riesgosas todo el tiempo. Allí son comunes los balazos, a cualquier hora. Los gritos, las corridas. Están naturalizados, incorporados a la rutina. Hay gente, cada tanto, que se queja. Que se resiste a admitir una situación así.

“No puede ser que no pueda dormir tranquila. Que no pueda salir cuando ya está casi de noche, por miedo. Si pudiera, me mudaría”, dijo una vecina, hace muy poco, en un mensaje a la radio AM 550. Como este mensaje, hay muchos. Innumerables, sin exagerar. Gente que vive en Valentina, o en Cuenca XV. Barrios atravesados por una violencia naturalizada, que las estadísticas no registran, salvo cuando se registra un crimen concreto.

El caso del taxista baleado este viernes. Miguel Sisterna, está en ese contexto. El chofer llevaba un pasajero. Le pidió que se agachara, que había tiros. En ese momento, él recibió uno. El pasajero se bajó, y cuando iba a ayudarlo, el hombre herido presionó el acelerador del auto, y avanzó dos cuadras más, hasta dar contra un alambrado que detuvo su marcha.

En esas zonas de la ciudad, en esos barrios, o sectores de barrios, la policía prefiere no andar. Es una táctica implícita, que jamás se confiesa. A nosotros, los periodistas, nos la cuentan los propios vecinos. Uno de ellos me dijo, hace muy poco: “tengo un primo policía… le pregunto por qué no nos dan bola, y me dice que tienen orden de no entrar en determinados lugares, salvo que haya una denuncia”.

Las estadísticas no registran los disparos que vuelan por arriba de los techos. Tampoco hechos como arrebatos, o entraderas, o salideras, que no llegan a la denuncia en las comisarías. O atropellos en esas calles semi oscuras, con dos o tres golpes, o una simple amenaza, para llevarse el celular, o la cartera, o lo que sea. Es una violencia naturalizada, aunque no esté en la naturaleza, ni aceptada por las leyes humanas.

Esa violencia naturalizada, cotidiana, aceptada sin pudor ni vergüenza, ha costado caro, muy caro, este viernes 7 de agosto, cuando, justo en el Día de San Cayetano, un laburante se queda sin pan, sin trabajo, por una bala de tantas que andan sueltas por ahí.

Rubén Boggi

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