Vivimos engañados… y curiosamente, contentos con ello

9 junio, 2020
Vivimos engañados… y curiosamente, contentos con ello
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El Estado, en general, informa lo que quiere o lo que puede, según las ocasiones. Con la pandemia pasa lo mismo. Jamás sabremos cuántos muertos realmente ha causado. Muchos menos, cuántos infectados. Porque lo que se ha hecho hasta ahora, se ha hecho deficientemente, y cruzado por intereses diversos.

Esto pasa en todo el mundo ¿Por qué no pasaría en Argentina? Por ejemplo: en Gran Bretaña, han desmentido las estadísticas del gobierno de Johnson: 10 mil muertos más que lo informado oficialmente, destacan, no desde cualquier lugar, sino desde la propia Oficina de Estadísticas británica. En Chile, que vivían atormentados por la cantidad desmesurada de muertes, corrigieron la metodología… ¡Y ahora tienen menos muertes por coronavirus por día! ¿No es magnífico?

No es difícil deducir que los Estados arman las estadísticas según la conveniencia. En Argentina tenemos sobradas muestras. Mejor dicho, tenemos algunas muestras, y de otras directamente no tenemos nada. Por ejemplo: no se sabe cuántos pobres hay este año, todavía. Es 9 de junio. Ha pasado la mitad del año, y aquí estamos. Apenas si se informa la actividad económica en general. Ninguna de sus consecuencias.

Entonces, todo se transforma en una especulación permanente. ¿Sabemos cuántos infectados hay realmente en Argentina? ¿Sabemos cuántos desocupados hay? ¿Sabemos cuántos comercios han cerrado? ¿Sabemos qué pasará con Vicentín? No, no sabemos. Lo único que sabemos hacer es especular, opinar, maldecir y putear.

Así, el reino global del engaño permanente se ha acentuado. Se ha acelerado de manera impresionante este año 2020. El engaño no es bueno. Es el engaño el que lleva a creer, por ejemplo, que hay alguna novedad en la noticia profusamente difundida sobre las espías de Macri. Se espía desde 1946, año en que se creó la SIDE. Perón la usó hasta el hartazgo para perseguir enemigos potenciales, dentro y fuera de su gobierno. Y después el asunto siguió. Con matices, pero sin desaparecer. Ahora también pasa. Pero, como no sabemos, pues no se informa, salvo cuando le conviene a alguien del poder…

El colmo de todo esto, es hablar después del “descreimiento”. Que vamos achacando, según las épocas, a rubros específicos de la vida social. Por ejemplo: dejamos de creer en la política, en el 2001; después dejamos de creer en la Justicia; y también dejamos de creer en el periodismo, para creerle, curiosamente, a los políticos que condenan al periodismo, y que son, básicamente, los mismos políticos en los que dejamos de creer en 2001. Nuestras creencias, son de no creer, pero todas, todas, están basadas en el engaño, y la complacencia hacia él.

Rubén Boggi

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