De repente, estamos en el futuro

18 marzo, 2020
De repente, estamos en el futuro
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Cuando se escribe esta nota, hay 214.894 casos de coronavirus en humanos en el mundo; y han muerto 8732 personas a causa de la enfermedad que provoca. En este contexto, la humanidad está viviendo un momento nunca antes visto: pasar de la realidad física a la virtual, como método para combatir la propagación del virus.

Porque es eso hacia donde vamos, en Neuquén, o en Italia, España, Francia, Estados Unidos: cada quien, en su casa, tratando de no salir más que lo estrictamente necesario. Y todos sumergidos en la virtualidad de Internet. Sea para comunicarnos entre nosotros, para informarnos, o para entretenernos.

No hay cines, ni teatros, ni confiterías, ni shoppings. De
pronto, el mundo se ha derrumbado y no tenemos nada físico para consumir. Solo virtualidad.

Es caminar por una delgada línea, hacer equilibrio sin
mayores garantías. No se comen los bytes. No se puede besar una computadora, no
de manera placentera, al menos.

Así que nos miramos, a través del brillo de las pantallas, y
hablamos con cierto sonido metálico. Toda la ciencia ficción del siglo pasado,
de pronto se hizo realidad. Estamos en el futuro.

Nuestros gobernantes acuden a la “firmeza” y la “disciplina”.
Con un consenso extraordinario, por imperio de un virus, entramos en esa
realidad a la que hace cinco minutos combatíamos heroicamente.

Es una realidad de restricciones a la libertad, de
sometimiento a la autoridad. Todo, en busca presunta del bien común. El gobierno
convoca a todos, todas y todes, para quedarse en la casa.

La policía, gendarmería, el Ejército, Prefectura, patrullan
las calles para vigilar que nadie eluda lo que se ha dispuesto. Y aplaudimos,
porque hay que vencer al virus.

Los estatales y los privados forman una ola irrefrenable de éxodo hacia el hogar, ese lugar del que todos querían escapar, hace cinco minutos.

Hace cinco minutos, la humanidad era otra, y la motivación era distinta. Es notable la adhesión que consigue el miedo. Ya lo decía Borges: “No nos une el amor, sino el espanto. Será por eso que la quiero tanto”.

En la realidad virtual, encontramos algo de consuelo. En
esta realidad no nos duele tanto la pobreza. Todos tienen casa, o al menos, una
computadora, o un teléfono. En esta realidad, los virus son pequeñas esferas
llenas de estalagmitas inofensivas.

Solo habría que recordar que pasamos de la realidad a la virtualidad
porque fuimos obligados, y estamos en retroceso.

Y esperamos. Esperamos anhelantes. Porque de la espera nace
la esperanza.

Rubén Boggi

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