Dame fuego

18 febrero, 2019
Dame fuego
buitre
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Para buena parte de la tradición helénica, la humanidad fue creada por Prometeo con arcilla como materia prima (tal vez el mismo material con que el rabino Löw, en Praga, construyó su Golem). A su vez, según Esquilo, Prometeo era hijo de Temis, diosa de la Justicia, perteneciente a la raza de los Titanes. De tal modo, era Prometeo nieto de Urano y por tanto primo de Zeus, con quien se llevaba a las patadas.

Siendo Prometeo el más sabio de su generación (no por nada su nombre significa El que piensa anticipadamente), todo lo que aprendió de Atenea, diosa de la sabiduría, se lo enseñó a los mortales: arquitectura, navegación, aritmética, astronomía, medicina, agricultura, escritura, derecho, equitación y metalurgia. (Con mucho menos, hoy se juntan tres tipos y arman una universidad privada…).

Cierta vez, allá por el comienzo de los tiempos, hubo que decidir cómo se repartirían de allí en más las ofrendas entre dioses y mortales. Prometeo, decidido a beneficiar a los hombres, sacrificó un gran buey, lo cuereó, despostó, cortó el cuero por la mitad y armó con él dos bolsas. Luego puso en una de ellas los huesos cubiertos con la apetecible grasa del animal, y en la otra la carne y vísceras disimuladas por el despreciable mondongo. A continuación convocó a Zeus y le dio a elegir con cuál de las dos bolsas se quedaba. Entusiasmado por las apariencias, y para deleite de Prometeo y los humanos, Zeus se ensartó con la que contenía los puros huesos y la grasa, y quedó para siempre mascando huesos y rabia.

La venganza de Zeus no se hizo esperar, y ahí mismo privó a los seres humanos del fuego. Ahora vayan a hacerse el asado con energía solar, dicen que les dijo. Una vez más, Prometeo tomó partido por los hombres: con la ayuda de Atenea ingresó furtivamente en el Olimpo y, con pies de bailarina, fue hasta la fragua de Hefesto, tomó una braza, la guardó dentro de una caña, y bajó rajando a entregar el magnífico tesoro a nuestros antepasados. Tenga presente estos hechos, la próxima vez que tire la carne sobre la parrilla, y bébase un trago a la salud de Prometeo, quien se jugó la suya para que usted churrasquee.

Porque si antes se había cabreado Zeus, ni quiera saber cómo se puso esta vez: juró castigar de por vida tanto a mortales como a Prometeo, y ciertamente lo hizo. Por un lado, le pidió a Hefesto que moldease, en arcilla, la más bella mujer jamás soñada, y sobre ella sopló Zeus un pneuma, es decir, un alma, de lo más insensata, perezosa y torpe.

Esa mujer, a quien bautizó Pandora, fue la que, a pesar de las advertencias, abrió el cofre que contenía todas las desgracias; dolor, vicio, enfermedad, muerte, trámites, Arjona, publicidad electoral, etc. Cuando alcanzó a cerrar el cofre sólo quedaba dentro de él la vana esperanza. A la luz de estos acontecimientos, tal vez podamos interpretar más acabadamente eso de “la rubia tarada” que nos cantó Luca Prodan.

En cuanto a Prometeo, dispuso Zeus que fuese encadenado desnudo en el Cáucaso, donde cada día un buitre le devoraba el hígado, a divinis. Durante la noche, mientras lo congelaba la escarcha, cicatrizaba la herida y se regeneraban los tejidos, pero a la mañana siguiente, todo empezaba otra vez. Como imaginarán, aquel castigo era sumamente molesto para Prometeo, pero también para el pobre buitre, recontra-requete-repodrido de la mono dieta de hígado. Después de una eternidad, la buena voluntad y mejor puntería de Hércules liberó a ambos (Prometeo y el buitre) gracias a un flechazo (al buitre).

Quiso la fortuna que Hércules fuese el hijo dilecto de Zeus, de tal modo que el señor del Olimpo tomó la liberación de Prometeo, no como una rebelión filial, sino como un nuevo acto de grandeza de su chiquitín. Sin embargo, no lo dejó ir así como así a su primo Prometeo. Lo obligó a llevar de por vida una fina sortija forjada con un eslabón de la cadena que lo sujetaba y una piedra del monte Cáucaso engarzada en ella.

Un detalle, quizás revelador: aquel delicado anillo le permitía a Zeus asegurar que Prometeo seguía encadenado a su castigo y, a la vez, le recordaba al amigo de los hombres la suerte que le toca a quienes desafían al poder. Tal vez, el temor al amo o al látigo, sea más fuerte que el amo, o su mismo látigo.

Miles de años después, Raúl Godoy y compañeros desafiaron también al poder apropiándose de lo que, en principio, era de los de arriba. Si Prometeo rescató el fuego y la luz, los obreros de Zanón recuperaron los hornos y el trabajo. El 10 de marzo sabremos si con eso alcanza para ser gobernador, ya que no habrá ningún Hércules que lo salve. Mientras tanto, podríamos ver si en sus manos, o las nuestras, hay signos de alguna sutil o grosera dominación. Y de paso preguntarnos quiénes cumplen hoy el rol del buitre, quiénes no cuestionan ni pueden dejar de obedecer y resultan esclavos de voluntades ajenas.

En cualquier caso, saludamos con música la postulación de Raúl Godoy a la gobernación. Lo mismo que en el cuarto oscuro, hay para elegir: desde Las criaturas de Prometeo, de Beethoven, al poema sinfónico Prometheus, de Franz Liszt, pasando por Fanfarria del Cabrío de los Redondos, ciertamente inspirada en aquel Robin Hood helénico que robó para nosotros el tesoro de los dioses. Sin embargo, apelando a los mitos criollos, nos quedamos con Sandro de América y su versión de Dame Fuego. Salute.

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