Un acertijo para Dédalo

4 febrero, 2019
Un acertijo para Dédalo
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Acaso fue Dédalo el más astuto de los mortales, el primero en merecer el título de polímata, esto es, aquel que sabe de todo y todo lo sabe bien. Prototipo de artista completo, erudito, arquitecto, escultor, mecánico, inventor, ingeniero e ingenioso, Dédalo anticipó en unos cuantos siglos la figura del genial Leonardo Da Vinci, el hombre universal por excelencia. En su diálogo sobre la virtud, también conocido como el Menón, Platón nos trae noticias, medio de refilón, de estatuas animadas creadas por Dédalo. El filósofo no andaba con el celular encima, de modo que no sabemos cómo eran esos artefactos, o robots, pero, como dice el propio Platón, no saber no es lo último que un sabio debe decir sino lo primero.

Pues bien, tenía Dédalo su taller en Atenas y allí su hermana puso a trabajar a su hijo, Pérdix, como aprendiz. El muchacho era verdaderamente despierto, aprendía muy rápido y su talento era comparable al de su tío, o aún superior… Habiendo creado Pérdix el formón, el compás y el torno de alfarería, Dédalo empezó a sentir un escozor que rápidamente se fue transformando en celos y finalmente en odio puro. Cuando el pibe, observando la mandíbula de una serpiente, patentó la sierra de dientes, el maestro lo llevó a dar una vuelta por la Acrópolis y, cuando llegaron a la parte más alta de la ciudad, le metió un patadón a Pérdix quien cayó cuesta abajo y se rompió el marote contra suelo.

Perdixte Pérdix, dijo el tío, refregándose las manos. Sin embargo alguien había visto el crimen y Dédalo fue citado al Areópago, es decir a la colina de Ares, donde lo juzgó el Consejo de areopagitas (por favor, no sean guarangos). Fue condenado al destierro, pena terrible si las había. Recaló Dédalo en la isla de Creta donde se puso al servicio del rey Minos a quien, como ya hemos contado, prestó muchos y variados servicios. Por el mismo precio, sirvió también a la reina Pasífae para quien construyó una vaca trucha que le permitió ser servida por un toro del que estaba salvajemente enamorada. De aquella experiencia zoofílica nació Minotauro, monstruito que fue encerrado en el laberinto, palacio de aberrantes corredores diseñado también por Dédalo. Minotauro creció gracias a una dieta rica en jóvenes de Atenas.

Como era gauchito pa’ cualquier mandado, sirvió Dédalo también a la princesa Ariadna (hija de Minos y Pasífae) cuando esta le pidió ayuda para salvar a Teseo quien iba a enfrentarse al Minotauro. Dédalo le aconsejó que el héroe llevase un carretel de piola y lo fuese desenrollando a medida que se adentrase en el laberinto, de modo de poder reconstruir luego el camino de regreso. Cuando el rey Minos se enteró del triunfo de Teseo y del rol que había cumplido Dédalo en la historia, encerró a este en una torre junto con su hijo Ícaro. Ariadna, entretanto, huyo con Teseo pero este la abandonó en Naxos mientras ella dormía.

Durante el encierro, en vez de lamentarse, Dédalo empleó su tiempo en tramar la fuga. A tal fin analizó la situación y los recursos disponibles. Respecto de lo primero, teniendo en cuenta que Minos poseía el control en la tierra y el agua, concluyó que el único medio para escapar era por aire. En cuanto a lo segundo, además de vista al mar, poco o muy poco tenía a su alcance Dédalo en lo alto de aquella torre. Pero el inventor notó un par de tesoros que para otros podrían haber pasado desapercibidos: había allí un par de panales de abejas, y anidaban muchas aves en las almenas de la torre.

Pacientemente, durante meses, Dédalo e Ícaro fueron cosechando plumas y pegándolas entre sí con la cera de las abejas hasta formar dos pares de alas. Cuando llegó el día, repasaron cuidadosamente el plan: irían a favor del viento, hacia el oeste, hasta encontrar tierra; irían a media altura, ni demasiado bajo que las olas mojaran las plumas, ni demasiado alto que el sol derritiese la cera, irían juntos, hacia la vida. Al alba, padre e hijo treparon al borde de la torre y, literalmente, se fueron volando. Ebrios de libertad, reían y cantaban, pues todo marchaba a la perfección. Sin una nube en el cielo y con una amable brisa de su lado rápidamente dejaron atrás la isla de Creta. Cuando ya se veía la costa, Ícaro se tentó y subió, y subió, desoyendo a su padre. Al ratito, no más, Dédalo vio caer a su hijo como una piedra. El inventor tocó tierra ahogado en lágrimas. Veníamos bien pero pasaron cosas, dicen que dijo, entre sollozos.

Minos persiguió a Dédalo por el resto de sus días y lo encontró después de años en la corte del rey Cócalo. Para dar con él ofreció una recompensa a quien pudiese hacer pasar un hilo por dentro de la concha de una caracola. Dédalo lo resolvió atando el hilo a una hormiga y empujando a esta hacia dentro del caparazón. Cuando Cócalo se presentó a cobrar el premio, Minos le preguntó si por una de esas porotas casualidades conocía a un tal Dédalo. Claro que sí, dijo Cócalo, es miembro de mi corte. Hasta allí fue a buscarlo Minos pero las hijas de Cócalo lo asesinaron con agua hirviendo, gracias a un sistema de tuberías diseñado por Dédalo. Un final húmedo y sumamente hot, como quien dice.

Muchos siglos después, Alejandro Vidal, cual Dédalo, decidió escapar de la torre de Quiroga. Si bien los dos se dicen radicales, ambos son fieles ejemplares de la riquísima fauna de políticos migratorios. El Pechi, quien supo ser candidato kirchnerista, hoy corre para la escudería Cambiemos. Por su parte, Vidal tiene ahora un sello propio llamado Iguales... Una primera duda es ¿Iguales a qué? La segunda es si, como Ícaro, ¿No estará Alejandro pretendiendo volar muy alto? El 10 de marzo lo sabremos. En cualquier caso, saludamos con música su candidatura a la gobernación. Si bien existe una ópera de Strauss llamada Ariadna en Naxos, puede que lo más conveniente sea escuchar Milonga para una niña. “Puedo enseñarte a volar, pero no seguirte el vuelo”, Zitarrosa dixit.

 

 

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