Una mancha de sangre en la frente

21 enero, 2019
Una mancha de sangre en la frente
sangre en la frente
sangre en la frente



Los Cherokee de los montes Apalaches veneran a un Gran Espíritu ,al que llaman Unetlanvhi, es decir, Creador de Todas las Cosas. Tiene también otro nombre su creador y este es Kalvlvtiahi, que quiere decir “Aquel que Vive Arriba”. Al igual que en la religión judía y en la musulmana, este dios no tiene ni admite representación humana alguna. El dios de los Cherokee es invisible, omnipresente y omnisciente, y en eso nuevamente se parece al judaísmo y al Islam. Pero también al cristianismo.

La gran nación Cherokee ha dejado testimonio, además, de varios seres míticos. De entre todos ellos, nos ocupan hoy dos: Tlanuwa, el Gran Halcón; y Uktena, la Serpiente de Cristal. Estas creaturas habitaban la Tierra Media. En el valle, a orillas del gran río, moraba la serpiente Uktena. Al Norte, en un peñasco casi inalcanzable anidaba Tlanuwa, el halcón gigante. Ambos libraban una lucha sin cuartel desde siempre. Se sabía que finalmente triunfaría el halcón, pero hasta entonces la serpiente luchaba, con toda su astucia y su magia.

Sucede que Uktena no era una serpiente cualquiera. Como ya dijimos, su cuerpo era de cristal, pero además, su cuello estaba adornado por siete bandas de colores y su cabeza era, a veces la de un ciervo de enormes cuernos, a veces la de un puma de afilados dientes. En cualquiera de los casos, Uktena llevaba en su frente una piedra de fuego que curaba y brindaba bienestar.

Cierta vez, hace muchos años, un viejo cazador se perdió tras unas huellas y terminó en territorio enemigo. El hombre, llamado Aganunisti, fue capturado por la tribu del lugar y condenado a muerte. Como era ritual, antes de proceder a la ejecución, Aganunisti fue escupido e insultado por toda la tribu, incluyendo mujeres y niños. En medio de aquel vejamen, el viejo cazador tuvo una idea audaz, y la llevo adelante. En el fragor del griterío y esquivando los golpes, el hombre dio un grito sobrehumano que paralizó a sus enemigos: Les ordeno escuchar. Los agresores quedaron admirados de aquella osadía.

La tribu congregada en torno al condenado lo miró con curiosidad y desprecio. ¿Qué pasa? ¿Le temes al dolor y a la muerte? ¿O es que no quieres ser despedazado en vida, acaso?, le preguntaron. Entonces, Aganunisti se hizo escuchar nuevamente: Les propongo un trato. Muchos rieron, otros se pusieron serios. Aganunisti volvió a hablar: Puedo hacer algo muy importante por ustedes. Se hizo un  silencio absoluto. Iré al río, mataré a Uktena y traeré su piedra de fuego, si me dejan libre. El jefe de la tribu se acercó hasta y le dijo al oído: Eres libre, pero mejor que cumplas tu promesa porque si no te empalare en el cima del abeto más alto. Dicho en criollo: Si me fallás te voy a meter ese palo en el tujes.

Partió Aganunisti hacia el río, a matar a Uktena, caminando muchas lunas hasta encontrarla. La serpiente descansaba a la orilla del río. El viejo cazador se acercó despacio, en silencio. Cuando estuvo a distancia de tiro, le disparó al séptimo anillo de color. La bala atravesó el corazón de Uktena, quien murió en el acto. Aganunisti, entonces, volvió a dar uno de esos gritos que sólo él podía dar, un grito de triunfo, pero que fue tan fuerte y llegó tan lejos, que convocó a Tlanuwa, el Gran Halcón, quien cogió a la serpiente.

La escena siguiente fue memorable. Mientras Tlanuwa despedazaba con furia a Uktena, Aganunisti se las ingenió para arrancar la famosa piedra de fuego que adornaba la cabeza de la finada serpiente de cristal. Esquivando los tarascones del halcón gigante, partió el viejo cazador dejando tras de sí una carnicería. Era tan grande el cadáver de la serpiente, que todas las aves de la Tierra Media estuvieron comiendo de él durante una semana, hasta hartarse.

Regresó Aganunisti con la piedra de fuego hasta el paraje de sus captores. Salió la tribu entera a recibirlo, como a un héroe. Dejó la piedra en manos del jefe aquel que le perdonó la vida. No sabemos cómo se llamaba ese cacique pero sí que recibió la ofrenda como un tesoro. Y en verdad lo era. La piedra de fuego trajo bienestar y prosperidad a aquella tribu. Sabemos también que Aganunisti fue nombrado chamán de aquel pueblo, es decir hechicero, y fue respetado y venerado por los que lo habían humillado.

Sin embargo, Aganunisti no pudo disfrutar de la dicha que él mismo había propiciado. En la refriega con el halcón, una gota de sangre de la serpiente había caído sobre su frente, transformándose con el tiempo en una culebra repugnante que terminó por esclavizarlo. Cada siete días la culebra le exigía carne humana, de modo que Aganunisti debía matar para alimentarla. Si no lo hacía, el monstruo lo atormentaba por las noches, reclamándole su cuota semanal de sangre fresca.

Cuando parecía que Sobisch estaba terminado, una osadía suya lo devolvió al combate. Jorge Omar es un viejo y pícaro guerrero, y tiene algo de hechicero, también. Asegura que ha de vencer al MPN, esa otra serpiente mágica. De ser así, su cadáver dará de comer a muchos, durante mucho tiempo. Entre otros, al Gran Halcón del Norte, verbigracia, los partidos políticos porteños. Puede que Sobisch gane, o no, eso está por verse. En cualquier caso, siempre llevará una mancha de sangre en la frente.

 

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