No es solo un cartelito, es un síntoma

Señor Camuzzi, por favor deje cerrado el gabinete, dice la leyenda impresa en un prolijo cartelito pegado en la puerta del cubículo donde se instala el medidor para el gas. Está en la pared de una residencia en Cipolletti, y está a la vez llamado a ser un ejemplo de algo que nos está pasando a los argentinos: la rebelión contra los atropellos hacia los consumidores.

El cartel, dirigido directamente a la empresa que distribuye a domicilios el gas natural, Camuzzi Gas del Sur, se origina en el desapego por las normas que tiene el poder. El poder exige a los ciudadanos comunes el cumplimiento de las disposiciones, pero él no las cumple. El caso de la puertita de los medidores es un pequeño pero ilustrativo ejemplo: cuando pasan quienes toman el estado del medidor, lo abren, y generalmente no lo cierran. La puertita queda abierta, a merced del viento que la abre y la cierra. Cuando la abre puede producir problemas. Por ejemplo, que un ciego que pasa pegado a la pared se la lleve por delante, y se caiga.

El ciudadano no puede tocar el medidor. Pero el encargado de controlar el medidor sí. Ese puesto mínimo, tal vez con salario miserable, hace que en definitiva el Estado, que es el que concede el servicio, termine yendo contra sí mismo, es decir, contra el ciudadano. Tarifazo tras tarifazo, en medio del “sinceramiento”, se acrecienta una sensación: los que recibimos el servicio no solo pagamos, sino que sufrimos una dictadura oprobiosa. El Estado no nos cuida, nos olvida y maltrata.

El cartelito, así, es un llamado a la atención. Es una respuesta individual, no tiene la aparatosidad de un “cacerolazo” indignado. Es una mínima, callada y solitaria respuesta. Por eso es tan sugerente, por eso evidencia tanto.

Tengan cuidado, señores amparados en la presunta impunidad del poder todopoderoso. Va a tronar el escarmiento, sin que para eso haga falta nada, ni crueldad ni violencia. Solo la tranquila asunción de la libertad y el poder que confiere.