Traigan piedras

13 diciembre, 2018
Traigan piedras
curas
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, el rapto de Ganímedes fue sumamente popular en la Grecia antigua. Según el profesor Robert Graves, el mito fue tan bienvenido, entre otras razones, porque legitimaba la pedofilia. Ganímedes era un niño a quien Zeus, transformado en un águila, secuestró y llevó a los cielos para “ser su compañero de lecho”. De ser así, el principal dios del Olimpo fue, también, el primer pederasta.

En cualquier caso, la relación entre religión y abuso viene de lejos. La pregunta es hasta dónde llegará. Ayer, un tribunal australiano condenó, por unanimidad, al cardenal católico George Pell por el abuso de dos monaguillos durante la década del 90. Curiosamente, o no tanto, los abusos se produjeron durante un viaje, al igual que lo denunciado este mismo martes por Thelma Fardin en relación a Juan Darthes.

El abuso sexual eclesiástico es particularmente perverso pues, a la desproporción de poder, se le suma la supuesta autoridad moral del abusador y el esquizofrénico discurso sobre el pecado carnal. Qué es pecado y qué no, no tiene ninguna importa en este asunto. El abuso sexual eclesiástico es un delito, gravísimo. El hecho de que el abusador sea George Pell, suma más vergüenza a la Iglesia Católica, por si hiciese falta.

George Pell, de 77 años, es un cardenal australiano y, hasta estas horas, Secretario de Economía de la Santa Sede. Se trata del virtual número 3 del Vaticano, detrás de su tocayo, Jorge Bergoglio y el Secretario de Estado, el italiano Pietro Parolin. Además, Pell era, hasta ayer, integrante del C9, el consejo de nueve cardenales de los cinco continentes que Bergoglio escogió como consejeros personales.

Ayer mismo, la Santa Sede comunicó la baja de Pell del C9. Pero no lo hizo por la inminencia del fallo judicial sino alegando que daba por cumplido su mandato de cinco años al servicio del Papa. Bergoglio, inclusive, agradeció a Pell por los servicios prestados. Lo mismo hizo con otro cardenal, el chileno Francisco Javier Errázuriz, encubridor del predador sexual y ex sacerdote Fernando Karadima.

Los cardenales son elegidos directamente por el Papa, y son los que a su vez eligen al nuevo pontífice una vez que este muere. O renuncia. En los últimos 600 años, sólo un Papa ha renunciado: en 2013, el alemán Joseph Ratzinger, quien tomó para su pontificado el nombre de Benedicto XVVI, dimitió al trono de San Pedro, impotente frente a la trama de corrupción y escándalos sexuales de la curia romana.

El propio hermano de Benedicto XVI, Monseñor Georg Ratzinger, está vinculado al abuso de 547 chicos de la catedral de Ratisbona. Un informe oficial difundido el año pasado reveló que los niños cantores de Baviera fueron sistemáticamente abusados física y sexualmente por sacerdotes católicos. “Yo no vi nada, nunca, yo no me enteré de nada”, aseguró Georg Ratzinger. Monseñor fue 30 años director del coro…

Por cantidad de víctimas, permanencia en el tiempo y generalización territorial, resulta imposible pensar el abuso sexual eclesiástico como una mera yuxtaposición de casos aislados. Se trata de una cultura institucional que, hasta hoy, tolera y acalla la práctica. Hay, también, una constante de negación de los hechos, de la cual son particularmente responsables obispos y superiores de congregaciones.

Como ha quedado demostrado en tantos casos que saltaron a la luz en estos años, en vez de auxiliar a las víctimas y acudir de inmediato a justicia para que investigue los delitos, la práctica habitual dentro de la jerarquía católica ha sido trasladar a los pedófilos a otra parroquia, u otra función, u otra diócesis u otro país. La rotación suele ir acompañada de exhortaciones a la penitencia y la oración. Y todo sigue igual.

Un ejemplo cercano lo tenemos en el Instituto Próvolo de Mendoza, donde niños eran sistemáticamente abusados por sacerdotes italianos que ya habían hecho lo mismo en su propio país. Los religiosos no sólo no fueron sancionados sino que siguieron en contacto con niños. El Instituto Próvolo está dedicado, supuestamente, al cuidado de niños sordos. La elección de víctimas que no pueden es tan atroz como reveladora. Para la Iglesia Católica, abuso sexual y silencio son una misma cosa.

Ayer, cuando los principales portales de noticias de todo el mundo informaban de la condena al Cardenal Pell, L’Osservatore Romano (el órgano de prensa del Vaticano) y la agencia de noticias católica (AICA) no decían ni una sola palabra al respecto. Hoy tampoco.

En los tres evangelios más antiguos (Marcos, Mateo y Lucas) hay una misma y terrible advertencia de Jesús ante sus apóstoles: “Ay de quien escandalice a un niño. Mejor sería que le cuelguen al cuello una piedra de molino y lo arrojen al mar”.

Lamentablemente, no hay suficientes piedras.

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