Atrapados en el laberinto

10 diciembre, 2018
Atrapados en el laberinto
TORO
TORO

(Especial para Mitología en Alpargatas, por Jorge Gorostiza) Zeus y Europa tuvieron tres hijos: Minos, Radamantis y Sarpedón, nombres feos si los hay. Cuando los tres hermanos llegaron a la edad viril se pelearon a causa de un mismo amor… un bello muchachito llamado Mileto (por favor, abstenerse de rimas chuscas).

Mileto decidió que de los tres pretendientes el que más le gustaba era Sarpedón. Radamantis se lo tomó con soda, pero Minos se puso cabrero y lo rajó de la isla de Creta, que era dónde los tres hermanos vivían. Mileto se fue tan lejos como pudo y, en Asia Menor, fundó el reino de Mileto que tal vez recuerden ustedes de refilón por el Teorema de Tales (de Mileto).

Como sea, tenga presente estas cuestiones ahora que llegan las fiestas y usted debe encontrarse con su cuñada, la que come con la boca abierta, sus sobrinos que gritan cual marranos, o su primo que le debe 3 lucas... Su familia no deja de ser una joyita, comparada con otras.

Cuando el trono de Creta quedó vacante, Minos exigió para sí mismo todo el poder y, como prueba de su derecho al trono, se mandó la parte diciendo que tenía banca en el Olimpo y los dioses le brindarían cualquier cosa que él pidiese.

Para demostrar que no hablaba al cuete solicitó a Poseidón, el dios del mar, que le enviase un toro, nada menos, comprometiéndose a sacrificar el animal en honor de la divinidad como muestra de gratitud. Poseidón cumplió su parte y, de inmediato, hizo salir de las aguas un magnífico toro blanco.

Pero Minos, en vez de darle muerte a aquel ejemplar, lo destinó a mejorar sus rebaños y, en su reemplazo, sacrificó un bicho cualunque. Todos los cretenses aceptaron a Minos como soberano, todos menos su hermano, Sarpedón, en parte porque extrañaba al joven Mileto (no hagan rimas), en parte porque él mismo aspiraba a gobernar un tercio de la isla.

Minos no sólo no le dio pelota a su hermano sino que también a él lo desterró. Sarpedón puso proa hacia Asia Menor donde vivió feliz durante tres generaciones aunque sin haberse reencontrado jamás con su amado Mileto.

Al tiempo, Minos desposó a Pasífae, hija de Helio (el Sol). Como el Sol, ella era caliente y deslumbrante. Sin embargo Poseidón se la tenía jurada a Minos por la tramoya del sacrificio, de modo que decidió vengarse por partida doble. Por un lado hizo volver loco al toro, y este empezó a romper todo en la isla. Por otra parte hizo volver loca a Pasífae por el toro, de modo que ésta quería que el toro la rompa a ella.

Cronistas de TV, si hubiese existido el artefacto por aquel entonces, habrían relatado “escenas dantescas” en la isla: el toro destruyendo todo a su paso y la reina, en  llamas, corriendo detrás de la bestia. (Tomen nota aquellas féminas que se enamoran de seres destructivos: nada nuevo bajo el Sol).

Bueno, el toro no se dejaba alcanzar por Pasífae y, cuando al fin, polvorienta, transpirada y exhausta ella podía tocarlo, por más contoneos e insinuaciones que le prodigase ella, el bicho como si nada.

Para suerte de Su Majestad, vivía en Creta el más célebre inventor de su tiempo: Dédalo, la personificación misma del ingenio ateniense. Acudió Pasífae al profesional, le confió sus ansias porque la vacunase el vacuno y éste, el inventor, prometió ayudarla.

A tal fin, construyo Dédalo una vaca hueca de madera, recubierta de cuero, dotó al prototipo de unas ruedas en las pezuñas y trasladó el invento a la pradera favorita del toro. Le enseñó a Pasífae cómo tenía que abrir las puertas secretas (de la vaca) para introducirse dentro de ella (de la vaca). Cuando el toro divisó la maqueta, se le fue al humo y se introdujo dentro de ella (de la reina).

La unión se consumó felizmente para el toro y la reina pero no así para el rey pues el producto de aquel coito fue el Minotauro, un ser con cabeza de toro y cuerpo humano, así que no había que ser un premio Nobel para darse cuenta quién era el verdadero padre de la criatura.

Por suerte para Minos vivía en aquella isla el más prodigioso inventor etcétera, etcétera, entonces le contó a Dédalo su vergüenza y este le prometió también ayuda. La ayuda fue muy concreta porque Dédalo construyó para su rey un fabuloso palacio, tan inmenso como intrincado.

El palacio aquel se llamó Laberinto, y en la más recóndita de sus recámaras pasó Minos el resto de sus días, junto a su esposa, Pasífae y al hijo de ella, el Minotauro, criaturita de dios. El tiempo fue pasando. Y el bicho creció y creció y creció y se volvió chúcaro.

Para calmar al Minotauro, cada cuatro años, 7 jóvenes y 7 doncellas atenienses eran entregados a él “como pasto”. El 7 es un número cabalístico. Así como el 6 refiere a la imperfección (el 666 ya sabemos qué significado adquiere), el 7 simbolizaba lo completo (dios descansó el día séptimo), lo superior (el séptimo cielo), lo sagrado (las 7 columnas de la sabiduría).

El envío “como pasto” para el Minotauro de aquellos 7 jóvenes y 7 doncellas atenienses, representa el sacrificio de lo mejor de una sociedad, en el altar de lo monstruoso. Por su parte, el laberinto funciona como último refugio pero también como cárcel del gobernante tramposo.

La política tiene una dimensión de arquitectura. Su buen ejercicio permite la construcción económica, cultural e institucional de una sociedad. Los líderes que se destacan en esta materia, quienes son capaces de diseñar y sostener un Estado son, ni más ni menos, estadistas.

Pero la política es también, y necesariamente, enfrentamiento. Esa es su otra dimensión, la agonal. La política sin antagonismos, el “vamos todos juntos” es chamuyo o auto ayuda, pero no política verdadera.

Sin embargo, quienes se agotan en el enfrentamiento, quienes no tienen nada más que dar que disputas y antagonismos, podrán ser tal vez excelentes punteros, pero nunca serán estadistas. Pareciera hoy que Neuquén tiene demasiados punteros y ningún estadista.

El calendario electoral provincial es un laberinto diseñado para refugio y vergüenza del gobernante. Sin embargo, el monstruo está dentro del palacio, y no fuera. En cualquier caso, qué pena que cada 4 años, lo mejor de la ciudadanía se malogre.

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