La tierra sin mal

22 octubre, 2018
La tierra sin mal
Tupí Guaraní (1)
Tupí Guaraní (1)

(Especial por Jorge Gorostiza) Caminante no hay camino, se hace camino al andar.

Podrán cerrar todas las fronteras, pero no podrán detener las migraciones.

Durante siglos, los Tupí Guaraní tuvieron un sueño que los desvelaba: el Yvy maraey, la prodigiosa Tierra sin mal. Caminando tras ese sueño, vivieron en permanente éxodo a lo largo y ancho de un inmenso territorio que abarcaba lo que hoy es el Paraguay, Brasil, Venezuela, Uruguay, oriente de Bolivia y Norte de Argentina. La recompensa bien valía la búsqueda: en el Yvy maraey, el maíz crecía sin ser cultivado y no había allí lugar para el dolor, sólo montes donde cazar, ríos donde pescar, suelo fértil donde sembrar, y miel y frutos a manos llenas.

Dicen que a la Tierra sin mal se llegaba de dos modos. Uno, después de vivir, es decir, después morir. En eso se parecían a las grandes religiones monoteístas. Pero también era posible llegar al paraíso de los Tupí en vida, en comunidad, caminando, entrar al edén de a pie sin haber bebido el trago amargo de la muerte. Para guiar a su pueblo hacia ese sueño, sus Karaí, sus chamanes mayores, cantaban cada mañana un canto de vida. Y con ese canto volvían a enamorar al pueblo de su búsqueda, señalándoles un camino que, ante todo, era ético. Sí, un camino interior. Un destino de salvarse, no individualmente, sino en comunidad.

Aquellos Karaí reunían algunos saberes extraordinarios: podían resucitar a los muertos, devolver a las mujeres la belleza gastada por el peso de los años, hacer que las plantas crecieran al momento y detener las guerras. Asegura el antropólogo Antonio Ruiz de Montoya, que la palabra Karaí está compuesta por dos ideas “Kara”: habilidad, destreza, e “I”: perseverancia. Seguramente, esa combinación de habilidad y perseverancia fue fundamental para mantener a aquel pueblo en busca de La Tierra sin Mal.

Pero algo habrá ayudado, también, otra extraordinaria capacidad de los Karaí: la de volverse invisibles. Podemos tentarnos a comparar aquello con un súper poder al estilo Flash, Súperman o el Increíble Hulk. Sin embargo, es más probable que los Karaí buscaran salirse de la vista para no distraer de lo que importa, correrse del medio para dejar ver lo trascendente, hacerse a un costado para abrir camino.

Porque de esperar desesperamos, necesitamos con urgencia líderes que sean así, como los Karaí: personas tan hábiles como perseverantes, capaces de hacerse invisibles y dejar huella. Toda nuestra admiración para quienes creen que los logros son compartidos o no son,  quienes sostienen sueños, quienes no se detienen.

Mientras tanto, hoy, ahora, una caravana de miles hondureños intenta cruzar México hacia Estados Unidos; cientos se lanzan a cruzar el Mediterráneo para entrar a Europa; y decenas arman sus valijas para probar suerte en Neuquén. Vienen de Río Negro y de Senegal, de Buenos Aires y de Venezuela, de acá cerca y de muy lejos.

Cuentan que al llegar a La Tierra sin Mal, los Tupí Guaraní encontrarían una gigantesca palmera azul. Tras esa esperanza se largaron a andar. Otros, en otro tiempo, han dejado su hogar para huir de la violencia o del hambre (esa otra violencia). Y es que la historia humana es, y seguirá siendo, una constante migración. Ya sea en pos de una palmera azul, de un Santo Sepulcro, de la estatua de la Libertad. O las mieles de Vaca Muerta.

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