La tenebrosa y triste noche de dos neuquinas en la ruta

6 julio, 2018
La tenebrosa y triste noche de dos neuquinas en la ruta
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“Todavía recuerdo cada detalle, como si hubiera sido ayer”, dijo mi amiga, días atrás. Yo supe lo que pasó en aquel entonces, a fines de diciembre de 2017. Pero le pedí detalles, aquellos que no me había dicho porque rompía en llanto.

Victoria y Camila, salieron de un asado en el que estábamos todos. En un gesto de solidaridad, fueron a buscar a nuestro otro amigo, Tomás, que vive en Centenario. Hablaban de lo mucho que se extrañarían porque faltaban pocos días para que Victoria se fuera a vivir a otra provincia. Sería una despedida difícil y, es por eso también que no nos separábamos. El día había sido largo y cansador. Habíamos estado en la chacra de nuestro amigo, toda la tarde.

Victoria siempre manejaba lo suficientemente rápido como para ir por el carril izquierdo de Ruta 7, pero esa noche decidió ir por el carril derecho. Estaban casi a la altura de una estación de servicio. De repente, se topó con un auto que iba demasiado despacio. Vio desde lejos cómo se acercaba a él en pocos segundos. Puso el guiñe, para correrse de carril y en ese momento, cuando ambos vehículos quedaron “pegados”, apareció un perro al que chocó de lleno. Todo sucedió en un abrir y cerrar de ojos. El auto al que pasó, iba lento porque el conductor ya había visto cómo el perro pretendía cruzar la ruta.

La situación antes del impacto, es decir, durante milésimas de segundos, fue que las dos empezaron a gritar “no”, de forma reiterada. Camila ya estaba llorando y le costaba respirar. Victoria expresaba: “No frena más, el auto no frena más”. Si no hubieran tenido el cinturón de seguridad, chocaban las dos contra el vidrio delantero.

El otro auto continuó su viaje y Victoria puso balizas, y paró al costado de la ruta. Camila le pidió disculpas a su amiga, entre gritos, por bajarse e irse. “No puedo ver esto, no puedo ver esto, perdón, no puedo, no puedo”. Victoria estaba en shock y no tomaba dimensión de lo que pasaba, solo accionaba. Fue corriendo a la mitad de la ruta, mientras los otros autos le pasaban por al lado. Reitero: ¡Plena Ruta 7!

Alzó al perro en sus brazos, que no dejaba de llorar. Tenía varias partes quebradas de su cuerpito.  Camila estaba en pánico, lejos. Victoria dejó al perro en el suelo y llamó a su amigo de Centenario. Le pidió que fuera a asistirlas, porque en ese preciso momento, se dio cuenta de lo que había sucedido y empezó ver cómo su cuerpo temblaba. Sabía que no podía subirse otra vez al auto, en ese estado, y Camila no sabe manejar.

Victoria volvió a meterse en la ruta, en medio del llanto, haciendo señales con sus brazos para que algún auto frenara. Ninguno lo hizo y le pasaban por al lado. Un vecino que salía de un barrio, finalmente bajó la ventanilla, antes de seguir su destino, y preguntó: “¿Qué pasó?”. “¡Lo choqué, lo choqué. No lo vi, perdón. Se está muriendo”!, le respondió Victoria. El conductor le dijo, antes de simplemente irse: “Si ustedes están bien, ¿entonces por qué llorás?”.

Y Victoria ya sabía que era el final. Camila se calmó, y volvió hacia Victoria, y Tomás todavía no llegaba, y la Policía que también había recibido un llamado, tampoco. Y ambas se quedaron acostadas, a la vera de la ruta, acariciando al perro y pidiéndole perdón, y el perro murió, en sus brazos.

Sofía Seirgalea

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