Una prueba de la unión de las almas de los hombres

Fernando Zubillaga conducía su auto rumbo al aeropuerto internacional de Ezeiza, cuando se durmió. Fue un pozo negro en el que fugazmente perdió la conciencia, y salió de allí con la visión de su amigo del alma, Miguel “Tatú” Harispe. El poeta se le apareció, y él se despertó, y pegó el volantazo, y siguió viaje pensando que ese entrañable y querido viejo de larga barba blanca le había salvado la vida.

Después, se enteró que en el mismo momento en que le había sucedido ese pequeño o gran acontecimiento, su amigo Tatú había muerto, en Jujuy. El poeta entrerriano había dejado este plano terrestre, y, de pasada en su vuelo al infinito, lo había despertado…tal vez, para siempre.

Fernando Zubillaga, 43 años, de Gualeguaychú, Entre Ríos, vivió la experiencia en plena asunción de un cambio en su vida y sus perspectivas humanas. La muerte del poeta lo golpeó, y la relación con lo acontecido acrecentó ese impacto. A tal punto que al poco tiempo se decidió a homenajear a su amigo muerte. Homenajearlo de verdad, con algo que necesitara de entrega, de esfuerzo, de compromiso.

[caption id="attachment_57277" align="aligncenter" width="500"] El poeta entrerriano Miguel Tatú Harispe.[/caption]

Así, decidió comprar una bicicleta y unir Entre Ríos con Bolivia, el país en donde Tatú Harispe había estado, conviviendo con los mineros y sus fatigas, sus dichas y desdichas. Para allí salió Zubillaga, andando el camino del viejo y querido poeta, recogiendo historias, saludando gente que lo conoció, pisando huellas que dejó el otro, el barbado, el que supo trabajar con Eduardo Falú, con Jaime Dávalos, con Carlos Di Fulvio, y andar en guitarreadas infinitas y en debates profundos.

Por esos caminos anda en estos días Fernando Zubillaga, 43 años, difundiendo de manera callada, casi en silencio, esa soga sin cáñamo ni peso que une, misteriosamente, el alma de los hombres.

Rubén Boggi