Messi, sacerdote en una misa inolvidable

23 abril, 2017
Messi, sacerdote en una misa inolvidable
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Mucha gente ha recuperado la fe en el fútbol este domingo 23 de abril, día en que Barcelona le ganó el partido en el Bernabeu al Real Madrid, día en el que Messi se quitó la camiseta para mostrársela, como trofeo de victoria, al público que se desgañitaba en las tribunas, gritando el triunfo en el último minuto, el 3 a 2 final para un partido tan intenso como magnífico.

Dos goles hizo Messi. El del empate inicial, uno a uno, y el del triunfo, 3 a 2. Dos zurdazos inapelables. El primero, ingresando al área con gambeta, la pelota pasó por debajo del brazo extendido de Keylor Navas. El segundo, cacheteando un centro atrás para colocar el balón al lado del palo, lejos del esfuerzo del arquero.

No es que “apareció” Messi. El siempre está. Hay 22 jugadores en la cancha, pero él siempre es único. Messi no aparece, Messi permanece. A veces camuflado, a veces destacado. Lo único que aparece y desaparece es la ansiedad cruel del hincha, que descarga en el mejor jugador de la historia del fútbol sus propias frustraciones.

Ya no vale, no puede admitirse, ese desdén argentino hacia Messi. Nunca lo mereció, pero este domingo, creo que sepultó para siempre cualquier menosprecio insólito.

Porque Messi es, más allá de cómo juegue cada partido. En ese ser, en esa existencia, hay una concreción mágica de la naturaleza, y resistirse a admirarla, solo puede implicar mediocridad, insatisfacción, envidia.

Mucha gente ha recuperado la fe en esa religión deportiva que es el fútbol. Ha sido un espectáculo memorable. Una misa impresionante. Alabado sea Messi.

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