LIAR (*)

27 septiembre, 2012
LIAR (*)
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El discurso de la presidenta argentina Cristina Fernández de Kirchner en la Universidad de Georgetown les ha dado más pistas a los americanos acerca de quién es realmente esta mujer y de cómo entiende la política, que la catarata de datos absolutamente discutibles que les arrojó a la cara, unos de muy difícil comprobación y otros absolutamente irrelevantes para el estudiante promedio de una universidad como la que le dio cabida.

Y no me vengan con la remanida cháchara nacionalista argentina de que los americanos creen que la capital de ese país es Río de Janeiro. El nombre Hipólito Yrigoyen le resulta tan extraño a un estudiante americano, como el de John Hancock a uno argentino. En eso están empatados.

Empezando por el principio, puede ser que su impuntualidad, de casi quince minutos, sea vista como algo normal en la Argentina, pero en los formales círculos académicos de las universidades americanas, atentos a esos detalles de la etiqueta y cortesía, significa lisa y llanamente una falta de respeto por el anfitrión.

La impuntualidad es un desorden personal, un conflicto con el propio reloj interno y un desprecio por el tiempo del otro y en la presidenta argentina, por lo que cuentan quienes la han sufrido, la impuntualidad es su marca de fábrica.

Mientras miraba la transmisión de la charla en la página web de la universidad, conversaba por Skype con un amigo profesor de otra universidad que resumió la performance de la verborrágica presidenta con una frase que puede no gustarle a los argentinos pero que resume muy bien ese grandioso cóctel de simpatía, autosuficiencia y datos incomprobables que desplegó CFK ante los estudiantes: “Es una encantadora de serpientes”.

Bastaba detenerse un minuto en observar las caras perplejas de esos jóvenes, estudiosos de la realidad latinoamericana, con las suficientes clases de español como para formular una pregunta aunque no para captar los peculiares giros idiomáticos del habla rioplatense, los apellidos de ilustres personajes históricos que nada dicen más allá de la Argentina y especialmente ante los malos chistes y las poses fuera de lugar.

Con mi amigo nos preguntamos: cuando invitó a ese estudiante de Michigan a viajar con ella a la Argentina… ¿era necesario que lo hiciera como lo haría Sharon Stone en una versión argentina de “Casino”? ¿Se imaginan a Hillary Clinton o a Angela Merkel resbalando por el risco de la vergüenza ajena de la misma forma que esa señora de riguroso luto por su esposo difunto?

Los americanos son en el fondo tan puritanos como lo eran los peregrinos del Mayflower y no les agrada que se le sienten en las rodillas sin antes pedirles permiso, por más que Washington desate luego una guerra en algún lejano país y los marines se orinen en los cadáveres de sus enemigos. Una cosa no quita la otra. En un claustro conservador como lo es Georgetown, esos mohines más cercanos a una “exotic dancer” que a una jefa de estado no caen nada bien. Y si la aplaudieron es porque en esencia, el americano es una persona tan tremendamente educada y cortés en las aulas de Georgetown como en los aisles (góndolas)de Wallmart, pero esta gentileza no significa para nada aprobación.

No sé todavía cómo pudo haber sonado entre los profesores y autoridades de la universidad el “chiste” que contó de las embajadas americanas y los golpes de Estado, una antigualla del humor tan vieja como la Guerra Fría y que nada tiene que ver con la actual realidad de los Estados Unidos, más cercana a sostener y defender gobiernos democráticos que a voltearlos.

Después de haberle dedicado tanta atención a ese “legendario” embajador americano en Buenos Aires que se opuso a Juan Perón en los años 40 y que nadie aquí recuerda, con mi amigo apostábamos a que la presidenta, en cualquier momento, empezaría a echarle a la culpa de la crisis de su país a la United Fruit.

Conozco la realidad argentina lo suficiente como para saber que CFK mintió. Mintió en casi cada párrafo de su discurso y, lo que es peor, ante cada genuina pregunta de los estudiantes.

Sus agraviantes referencias a la prensa argentina no coinciden con lo que los corresponsales extranjeros vienen escribiendo casi a diario desde hace años acerca de lo que ocurre con sus colegas argentinos y su gobierno. Basta leer publicaciones tan diversas como The New York Times, The Economist, O Estado do Sao Paulo o El País de Madrid para saber que CFK miente.

Referirse a la inflación de los Estados Unidos repreguntando a los estudiantes acerca de los costos de su universidad, para evitar así hablar de la alta inflación en Argentina, fue un recurso bajo e infantil e insultó la inteligencia de los presentes, como lo fue también afirmar que Hugo Chávez, quien ha clausurado radios y cadenas de televisión sólo porque eran críticos de su gobierno, es un demócrata.

Esos jóvenes que estaban allí se entrenan competitivamente desde la elementary (escuela primaria) en técnicas de debate y disputan campeonatos de grupos de discusión en la high school (secundaria) y en la universidad, lo que les permite detectar a varias millas de distancia a cualquier manipulador -o manipuladora- que intente volcar a su favor la discusión con burdas mentiras y silogismos baratos.

En un artículo anterior hablé irónicamente de la Argentina y de su gran presidente Domingo Sarmiento. A los americanos que guardan memorias mejores de ese culto país de Sudamérica que tuvo cinco premios Nobel,  debe haberles dolido mucho ver cómo en Georgetown esa presidenta se burlaba en sus caras de la verdad, y subestimaba así a una audiencia, que en mucho, le saca ventaja.

 

Por Mike Brown, especial para www.Diariamenteneuquen.com

 

(*) n.del t. Mentirosa

 

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