Un festival inútil en la cotidianeidad neuquina

3 marzo, 2017
Un festival inútil en la cotidianeidad neuquina
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La inutilidad de acciones es dramática en la democracia, porque mientras se ponen en escenas dramas impostados, en la realidad “real” la gente sufre, se agota, se angustia, se desespera precisamente porque ve que este sistema de vida, elegido, deseado, luchado, se olvida de su objetivo más importante, que es solucionar problemas y mejorar calidad de vida.

La democracia inútil es un arma peligrosa, que generalmente precede al totalitarismo. Este marzo neuquino ofrece, para quien lo quiera ver, esta advertencia severa. Comenzó con un discurso blindado por una movilización unipartidista, que bloqueó cualquiera otra expresión. Siguió con la constatación de que todos los gestos para resolver conflictos y que no hubieran paros fueron solo eso: gestos, sin posibilidad de que llegaran a algo concreto.

Sin clases en escuelas a la vista, con el fútbol también de paro, y la evidencia del desgarramiento productivo en las manzanas y peras regaladas en los puentes, sólo bastaba otro “escrache” sindical al diputado oficialista Leandro López, para que la puesta en escena del desatino y la impostación se completara.

Que una patota sindical vaya a una escuela inicial para hostigar a un hombre que va a buscar a su hijo de cuatro años es, cuanto menos, una puesta en escena patética. Busca prensa, busca salir en la tele y en las redes, busca la exageración de la violencia fingida en un país que tuvo miles de muertos y desaparecidos ayer nomás, a la vuelta de la esquina de la historia.

El festival inútil de gestos impostados amenaza la democracia, porque el peor enemigo de la democracia es la mentira. No se puede fingir la democracia. Cuando se lo hace, se está ante una caricatura que puede transformarse en mueca trágica.

Rubén Boggi

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